xiv 𝗜 capítulo catorce

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A primera hora de la mañana, Sarita salió de la hacienda Trueba en su auto, acompañada únicamente por Juan David

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A primera hora de la mañana, Sarita salió de la hacienda Trueba en su auto, acompañada únicamente por Juan David. Le dio a Norma la excusa de que aprovecharía el buen tiempo para dar un paseo con su sobrino por el parque, pero en realidad el destino que tenía en mente era muy diferente.

Había decidido visitar a su madre. Era la primera vez en días, después del altercado que se había iniciado entre ella y Franco. Dedujo de antemano que tal vez la presencia de su nieto serviría para apaciguar una posible reticencia de parte de Gabriela. Necesitaba su ayuda y, conociéndola como la conocía, Sara dudaba que aceptara ayudarla de inmediato. Mucho menos después de que revelara el motivo de tal favor.

El primer paso para resolver el misterio que rodeaba a los hermanos Quevedo había que tomarlo con mucho cuidado.

—¡Qué alegría verla, señorita Sarita!—exclamó Dominga, que en cuanto oyó el auto estacionarse, había salido a su encuentro empujando la silla de don Martín—. Y, por supuesto, también al pequeño Juan David.

—Nada de pequeño, Dominga. ¡Este nieto mío va a ser alto y robusto como un roble! ¿No ves que salió a su abuelo?

— ¿Cómo estás, abuelito?—con el niño en brazos, Sarita se acercó a depositar un beso en la cabeza del anciano.

—Mejor ahora que estás aquí, mi niña. No sabía que vendrías.

—Quería visitar a mamá y, bueno, mejor en un día tan divino como este que dejarlo para después. ¿No creen?

—Y esta visita tuya... ¿tiene alguna razón especial?—Don Martín la observó con ojos inquisitivos. Al crecer, Sarita siempre había pensado que su abuelo tenía un don especial para descifrar las dobles intenciones de los demás. Lo que por lo tanto hacía muy difícil engañarlo.

—Ninguna—al ver que su respuesta no fue del todo bien recibida, agregó—: Bueno, sí. De hecho, me gustaría hablar con ella sobre lo que pasó la otra noche en mi casa. No quiero que haya malentendidos.

Eso pareció satisfacer la curiosidad de su abuelo, quien no hizo más preguntas y reorientó su atención hacia su bisnieto. Juan David rápidamente le tendió los brazos, deseoso de que él lo cargara, y Sarita aprovechó que su sobrino estaba en buena compañía para entrar a la casa.

Aunque ya no visitaba la hacienda con tanta regularidad como antes, tenía que admitir que cada vez que ponía un pie allí, sentía como si regresara a una vida pasada. Incluso con el olor a pintura nueva que impregnaba las paredes y algunos muebles que habían sido reemplazados o movidos de lugar, muchos de los mejores recuerdos de Sarita y sus hermanas dentro de esa casa aún estaban intactos.

Pero ahora no era el momento de ponerse nostálgica, pensó. Contuvo el aliento y se recordó a sí misma por qué estaba allí. Con esa idea en mente, siguió buscando a su madre, y luego de unos minutos, la encontró encerrada en su oficina. Su nariz estaba enterrada en un mar de libros de finanzas y papeles de la hacienda. Una imagen a la que Sarita no fue ajena.

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now