v 𝗜 capítulo cinco

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Respirar aire fresco logró sofocar un poco el furor con el que Franco había salido del despacho, pero no fue suficiente para darle la fuerza que necesitaba para volver a entrar y enfrentarse a las caras de las personas que le habían mentido

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Respirar aire fresco logró sofocar un poco el furor con el que Franco había salido del despacho, pero no fue suficiente para darle la fuerza que necesitaba para volver a entrar y enfrentarse a las caras de las personas que le habían mentido.

Aunque no tenía dudas de que pronto enviarían a alguien a buscarlo. Seguramente Juan, quien cada vez que se desataba una tormenta en esa casa, asumía el papel de mediador para calmar las aguas, a pesar de que irónicamente era el más volátil de todos. Pero en ese momento a Franco le importaba muy poco lo que le pudiera decir su hermano mayor.

Los nudillos de sus manos se crispaban por reflejo y la sangre corría rápidamente por sus venas cada vez que la imagen de doña Gabriela azotando a Sara con una fusta llenaba sus pensamientos. Solo imaginar que esa señora tuvo la osadía de golpear a su propia hija, como si fuera uno más de los potros de su hacienda, lo enfermó a niveles inimaginables. Pero más rabia sentía contra sí mismo por no haber estado a su lado para protegerla.

Por un momento, mirando fríamente el cielo estrellado, la odió. ¿Por qué se lo había ocultado? ¿Por qué no confió en él lo suficiente como para pedirle ayuda?

Miles de preguntas como esas flotaron en el aire y ahí quedaron cuando escuchó el sonido de alguien acercándose. No necesitaba darse la vuelta para saber quién era, así que decidió quedarse de espaldas, terco y obstinado, porque sabía que tenía razón en estar enojado.

— ¿Así que usted es el elegido?—nunca se había considerado un fumador potencial, pero en ese instante deseaba tener un cigarrillo a mano para poder encenderlo y llevárselo a la boca—. Debo admitir que pensé que enviarían a mi hermano Juan como siempre.

—No. En realidad, todavía lo están discutiendo. Ni siquiera se dieron cuenta de que un viejo como yo ya no estaba con ellos.

Incapaz de fingir y sabiendo que probablemente don Martín estaba allí para regañarlo, Franco se pasó una mano por el cabello. No se molestó en ocultar la amargura en su voz, ni hubiera sabido cómo hacerlo.

—No cree que debería haber reaccionado como lo hice, ¿verdad?

—Creo que tienes todo el derecho de sentirte traicionado, muchachón—respondió, sorprendiéndolo—. Incluso de sentirte impotente. Yo mismo maldije estas condenadas piernas que me impidieron ayudar a mi nietecita cuando la vi tan indefensa y cubierta de sangre. Yo no soy quién para juzgarte.

Franco pensó que oír aquello le calmaría los nervios, pero la imagen de Sara llegando a su casa tal como la acababa de describir don Martín, sólo produjo el efecto contrario.

—Doña Gabriela, ella... —se obligó a relajarse, apretando las manos en los bolsillos, conteniéndose—, ¿mostró el más mínimo arrepentimiento?

Don Martín se quitó los anteojos con un corto y sincero suspiro.

—Ese fue un momento oscuro para mi hija, sin duda. ¿Y cómo iba a poder ver sus errores sin que don Fernandito la vendara por completo con sus falsas promesas y declaraciones de amor eterno?

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now