vii 𝗜 capítulo siete

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Se miró en el espejo y comprobó que todo estaba en orden

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Se miró en el espejo y comprobó que todo estaba en orden. No era una mujer que se intimidara por las apariencias, pero sin duda Ernesto Quevedo era un hombre de gran importancia (y dinero), a quien quería impresionar con algo más que una simple presentación en el bar.

Y poco tenía que ver con su deseo de hacerse socio del Alcalá. Rosario ya había tomado la decisión de aprobar su oferta; incluso podría haberlo decidido desde su primera conversación con él, a pesar de mostrar reticencias y pedir tiempo para pensarlo. Quería ver hasta dónde podía estirar la lengua para convencerla.

Ella también estaba interesada en él, no podía negarlo. Era muy guapo, elegante, aparentemente hábil en los negocios. Desde la muerte de Armando, pocos o ningún hombre había logrado captar su atención de esa manera y admitió que la incertidumbre del coqueteo la atraía como la fricción de dos imanes.

El vestido rojo vino que había elegido usar esa noche era perfecto para la ocasión. Sin ser demasiado llamativo como los atuendos que solía ponerse en sus actuaciones, no solo resaltaba su esbelta figura, sino que también le daba un toque de sensualidad. Su cabello suelto caía en ondas hasta sus hombros, mientras que los tacones hacían juego con el vestido y se amarraban a los tobillos. Para rematar, se había puesto sus joyas favoritas.

Le dio una sonrisa complaciente y un guiño a su reflejo. Estaba perfecta.

—Panchi, ¿ya estás lista?—caminó hasta el borde de su cama y comenzó a poner las llaves de su casa y un lápiz labial en su bolso en caso de que necesitara retocar su maquillaje más tarde.

Había decidido quedarse en la misma casa que ella y Armando compartían desde que se casaron. Y aunque a veces le daba morbo respirar entre esos muros, no había sido capaz de encontrar el tiempo necesario ni la fuerza de voluntad para vender la propiedad y buscar un nuevo hogar.

—No estoy tan segura de esto, amiga.

Panchita abrió la puerta del baño y salió con un vestido negro muy sencillo con una falda ancha.

— ¿Por qué? Estás preciosa.

—No lo digo por mi ropa, sino por ir a esa fiesta—suspiró inquieta y fue a sentarse junto a Rosario en la cama—. Probablemente estarán los hacendados y socios más importantes de la región. Ya sabes, gente rica y estirada. ¿Qué vamos a hacer dos simples cabareteras entre gente de ese tipo?

— ¿Sabes algo, amiga? Te perdono por cualquier cosa a menos que nos llames simples—volvió al espejo para mirarse por última vez. Era hermosa, talentosa y no tenía miedo de demostrarlo. No iba a permitir que un puñado de aires amargos y de superioridad arruinaran su noche—. No, señor, esa palabra no está en mi vocabulario. Asistiremos a esa fiesta y demostraremos que absolutamente nadie tiene derecho a pensar que es mejor que nosotras.

—Los Reyes seguramente estarán entre los invitados—Panchita se aseguró de no perderse ni un segundo de la reacción de su amiga. Estaba claro que aún no había sopesado esa posibilidad—… y las Elizondo también.

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now