xi 𝗜 capítulo once

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— ¿Inversiones en diamantes?

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— ¿Inversiones en diamantes?

Franco asintió, terminando de tragar parte de su almuerzo.

—Aparentemente son muy resistentes a las crisis o algo así.

—¿Y esto te lo propuso Pablo Quevedo?

El rostro de Sarita logró permanecer impasible a pesar de que cada palabra que pronunció su esposo sobre la conversación que tuvo con ese tipo no fue de su agrado.

—Me dijo que él y su familia llevan años invirtiendo, amor—Franco descruzó los pies que estaban extendidos sobre su escritorio y apoyó la cabeza en el respaldo de su silla, mientras con una mano sostenía el cuenco lleno de comida que su secretaria le había traído—. ¿Qué piensas?

—Creo que no tenemos necesidad de aumentar nuestro capital, amor. Estamos bien con lo que ganamos.

—Sí, lo sé. Pero sigo dándole vueltas al asunto y me parece que sería un buen negocio. No sé... algo así como una forma de abrirse a nuevos mercados.

Sara, sentada al otro lado del escritorio, reprimió una mueca y dejó caer el tenedor en su propio cuenco. La luz del sol del mediodía golpeó su rostro. El despacho de Franco tenía la mejor iluminación de toda la oficina, lo que lo convertía en un buen lugar para almorzar. Como casi todos los días, Franco y Sarita aprovechan esas horas de ocio no solo para pasar tiempo juntos, sino también para discutir diferentes asuntos de negocios.

—Te estás acelerando, amor—Sara no había querido sonar tan brusca, pero incapaz de guardar silencio sobre lo que pensaba, decidió soltarlo de una vez por todas.

Él la miró fijamente.

— ¿A qué te refieres?

—No me gusta esa familia ni un poco. Y sé lo que vas a decir; que estoy celosa por las insinuaciones que Sofía Quevedo te ha estado haciendo desde que te conoció. No estoy orgullosa de admitir que yo también lo pensé. Incluso cometí el error de dudar de mí misma—dejó el cuenco de comida a un lado y suspiró—. No soy una mujer engreída, Franco, pero estoy satisfecha con lo que tengo y no me avergüenzo de ser quien soy. No encuentro dolor ni placer en compararme con otras mujeres.

—De eso no tengo ninguna duda. Es una de las cosas que más me gustan de ti.

—Por un momento lo olvidé—sonrió con tristeza al recordar su conversación con Juan—. Pero bueno, tuve una larga noche para reflexionar y darme cuenta de que mi rechazo a los Quevedo no tiene nada que ver con celos estúpidos o inseguridades de ningún tipo. Tiene que ver con las circunstancias.

Franco se incorporó en el asiento. Puso su cuenco junto al de Sara, antes de entrelazar sus dedos sobre el escritorio.

—Vas a tener que explicarte mejor, amor. Porque no puedo entender bien lo que estás tratando de decirme.

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now