xxii 𝗜 capítulo veintidós

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Mientras observaba a los guardias armados dar vueltas a su alrededor y escuchaba las voces acaloradas de sus hermanos discutiendo con el Inspector, Óscar trató de entender cómo había terminado esposado de pies y manos a una silla como el más miser...

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Mientras observaba a los guardias armados dar vueltas a su alrededor y escuchaba las voces acaloradas de sus hermanos discutiendo con el Inspector, Óscar trató de entender cómo había terminado esposado de pies y manos a una silla como el más miserable y peligroso de los delincuentes.

Quería convencerse a sí mismo de que en realidad no era más que una terrible pesadilla. Había llegado tarde a casa la noche anterior, con varias copas de más causando estragos en su sistema y un amasijo de recuerdos confusos. Ni siquiera estaba seguro de cómo había encontrado su cama. Quizás en ese momento todavía estaba dormido y solo tenía que apretar los dientes y desear con todas sus fuerzas abrir los ojos para volver a la realidad.

Sin embargo, las manecillas de un reloj que colgaba en una pared a su derecha seguían marcando los minutos en los que aquel mal sueño parecía alargarse. Con todo el peso del miedo sobre sus hombros, Óscar comenzaba a aceptar que nada de lo que estaba pasando era resultado de su subconsciente dormido y que realmente estaba siendo acusado de asesinato.

El asesinato del diseñador Fabio Boticceli.

—Yo no lo maté—dijo una vez más, viendo al Inspector, tratando de sostener su mirada aunque en el fondo estaba aterrorizado.

El inspector Vergara suspiró. Su relación con los hermanos Reyes siempre había sido muy cordial desde su llegada a San Marcos. Nunca le habían causado problemas y lamentaba tener que poner a uno de ellos tras las rejas, pero no podía simplemente ignorar todas las pruebas incriminatorias que yacía sobre su mesa.

—Lo siento mucho, señor Reyes, pero en este momento todo indica que sí.

—Oiga, esto debe ser un error—intervino Juan. Se acercó al escritorio que separaba la silla de Óscar de la del Inspector Vergara y presionó su dedo índice sobre la madera como si quisiera perforarla—. Mi hermano es un idiota, pero no mataría una mosca.

—Así es, Inspector. Estoy seguro de que Óscar es inocente—aseguró Franco, poniendo los brazos en jarras—. Por favor, díganos qué pruebas tiene y acabemos con esta tontería, ¿de acuerdo?

—Ya les dije, caballeros. Tenemos evidencia que nos obliga a posicionarlo como el principal sospechoso.

El inspector Vergara luchaba por mantener la voz tranquila. Tomó una fotografía que estaba junto a una montaña de papeles y la desplegó frente a Óscar. Tanto él como sus hermanos contuvieron la respiración. La imagen mostraba el cuerpo sin vida de Fabio Boticceli, tirado junto a un contenedor de basura en un callejón vacío, rodeado por un charco de sangre. A la altura de sus pies, estaba el arma homicida.

—En esa pistola se encontraron las huellas dactilares del señor Óscar Reyes—señaló el inspector—. Eso, sumado a todos los testigos que lo escucharon amenazar de muerte al señor Boticceli en la tienda de moda...

— ¿Qué tontería es esta, hombre?—Juan lo interrumpió—. ¿De verdad cree que si Óscar hubiera matado a ese tipo, habría dejado el arma allí para que la encontrara la policía? ¡Ni que fuera un idiota!

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now