x 𝗜 capítulo diez

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La larga y monótona semana de vacaciones por fin había terminado y Sara volvía a estar rodeada de lo que más amaba: sus caballos

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La larga y monótona semana de vacaciones por fin había terminado y Sara volvía a estar rodeada de lo que más amaba: sus caballos. El aire fresco del campo, el ruido de los relinchos o el galope de los potros de un lado a otro, le traía más paz y tranquilidad que unas pocas horas insignificantes de sueño extra.

Esa mañana, durante el desayuno, Juan y Sara habían quedado en encontrarse en las pesebreras para que ella pudiera echar un vistazo a los nuevos ejemplares que acababan de llegar a la hacienda. Unas preciosidades, sin duda, y un importante añadido para la próxima feria. Manolo y Miguel los estaban ayudando a apilar el heno, cuando Sarita los escuchó hablar de algo que le llamó la atención.

—Mira nada más, esos deben ser los nuevos vecinos. Los famosos Quevedo—comentó Miguel, levantando el ala de su sombrero para ver mejor.

Manolo soltó un silbido a modo de piropo.

—La señorita está tan buena como se dice, hermano. ¡Qué belleza de mujer!

Como impulsada por un resorte, Sara giró el cuello hacia el otro lado de las pesebreras y su miedo se confirmó. Vio a Franco caminando acompañado de Pablo y Sofía Quevedo. Estaban compartiendo una animada charla mientras su esposo comenzaba a señalar con el dedo a los caballos y exhortaba a sus invitados a escoger el que más les gustaba. ¿Tenían la intención de montarlos? Solo imaginar a esos dos individuos profanando las monturas de dos de sus caballos hizo que la sangre de Sarita comenzara a hervir como la lava de un volcán.

— ¿Por qué esa cara, mujer?—Juan, que cepillaba el lomo de una yegua, no pudo ignorar el gesto tortuoso de su cuñada—. Franco les prometió anoche en la fiesta que hoy los sacaría a pasear por los terrenos de la hacienda.

—Él no me había dicho nada—a pesar de que trató de parecer indiferente, su tono fue lo más cercano a un reproche.

—Probablemente lo olvidó. ¿Tienes algún problema con esa familia, Sarita?

—En absoluto—le arrebató el cepillo de las manos a Juan y comenzó a cepillar ella misma a la yegua—. Aunque están ganando confianza demasiado rápido, ¿no es así? ¿Qué piensas?

Preocupado por la fuerza con que su cuñada rozaba el pelaje de “Aguamarina”, el mayor de los Reyes se apresuró a poner una mano sobre la de ella para detenerla antes de que el animal se encabritara y la lanzara por los aires.

—Bueno, el tal Pablo me parece uno de esos sujetos con estudios y aires de importancia. No he compartido mucho con Ernesto para formarme una opinión y Sofía me recuerda un poco a Jimena en personalidad.

Eso último hizo que Sara reaccionara casi violentamente.

—No compares a esa mujer con mi hermana. Te lo ruego, por favor, Juan.

El aludido la miró fijamente, analizándola.

—Creo que estoy empezando a tener una idea de lo que está pasando aquí. Te preocupan las intenciones que esa señorita tiene con mi hermano Franco, ¿no es así?

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now