iv 𝗜 capítulo cuatro

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Rosario no estaba segura si debía confiar en aquel hombre o no

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Rosario no estaba segura si debía confiar en aquel hombre o no. Le pareció mucha casualidad que justo cuando más lo necesitaba apareciera el único hacendado de todo ese pueblo, dispuesto a invertir una buena suma de dinero precisamente en el bar Alcalá.

Aun así, decidió darle una oportunidad y se sentó a escuchar. Aunque sus razones parecían lo suficientemente convincentes, no se permitió bajar la guardia ni por un segundo. La mayoría de los especímenes del género masculino parecían reacios a creer que una mujer fuera capaz de dirigir un negocio como el suyo. Quizá las verdaderas intenciones del tal Ernesto Quevedo fueran convencerla con argucia de que le vendiera el bar. No sería el primero en intentarlo después de la muerte de Armando.

Querían desafiar su inteligencia, pero su astucia era mucho más rápida.

—Como decía, mis hermanos y yo nos mudamos hace poco a San Marcos. Estamos buscando expandir nuestro negocio, y ¿qué mejor manera de hacerlo que invirtiendo?

Rosario tamborileó con los dedos sobre la mesa y lo miró fijamente.

— ¿Y por qué el bar Alcalá?—preguntó como lo haría cualquier mujer inocente, que no entiende nada de negocios, y necesita que alguien le explique todo paso a paso y con el mayor detalle posible. Características que ella no poseía en absoluto.

—Curioso. Me hace la misma pregunta que mi hermano Pablo cuando se lo comenté. Parece creer que los mejores tratos deben hacerse con empresas más grandes y serias.

— ¿Y usted qué piensa?

—Yo digo que no siempre es malo mezclar negocios con placer—tomó un sorbo de la bebida que Panchita les había servido hace un rato y relajó los hombros contra el respaldo de la silla.

A Rosario le gustó su respuesta, pero no se lo hizo saber. Palabras ingeniosas habían acompañado las malas intenciones de los hombres durante generaciones.

—Tal vez su hermano tenga razón—se encogió de hombros—. Digo, el placer generalmente vacía los bolsillos, no los llena.

—Depende de qué lado de la moneda esté, señorita Montes—Ernesto mostró su perfecta dentadura en una sonrisa que, en otras circunstancias, Rosario probablemente se habría derretido ahí mismo—. El ser humano siempre preferirá la diversión al trabajo duro. Ahora imagine este lugar con una decoración más moderna, un espectáculo mucho más amplio y un menú más variado. ¿Qué visualiza?

—Mayor clientela—de repente, esa conversación empezó a tomar un rumbo muy interesante.

—¡Exactamente!—Ernesto se limpió el vodka de los labios y volvió a beber—. Incluso había pensado en habilitar una zona VIP para los hacendados más refinados (y sus esposas, claro). Al cabo de un mes, se olvidarán de la existencia de ese estúpido club de engreídos y los verá haciendo fila frente a las puertas del Alcalá.

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now