Volver al ruedo

6 2 0
                                    




Llevaba más de media hora mirando por la ventana a la gente pasar. Otro día, otra gente, otro día por vivir.

Siempre (y no sabía cómo) encontraba mi nombre y edad en alguna parte de la casa, pero nunca que es lo que hacía ni con quien vivía. El hecho de saber dónde estaba parado era por el mérito de salir a investigar cada dirección o de esperar que algún extraño llamado ''familia'' me diera las indicaciones de mi vida.

Tomé el teléfono celular y revisé cada contacto: compañeros del colegio, el mecánico, ferretero y el panadero. Una vida sedentaria y aburrida me esperaba. No obstante, invertí la mitad del tiempo en revisar el monoambiente. La cocina estaba pegada al living, el living pegadísimo al placar y el placar rozaba mi cama. El mueble repleto de colecciones de revistas dio pie a la ''investigación Alex''. Fotos mías en excursiones, una señora de pelo blanco muy feliz al lado mío y un niño como Lucas. Nada parecía ser relevante. No me importaba dejar todo en completo desorden ya que el próximo Alex no iba a ser yo en cierto modo.

El piso del departamento donde me ubicaba parecía ser uno de los más altos. Era moderno pero vacío en afecto. El timbre hizo que pegara un pequeño salto. Hice silencio para hacer de cuenta que no había nadie. Cinco segundos más tarde vuelve a sonar.

— ¡Alex! — llamó una voz altamente conocida.

Sobresaltado, corrí hacia la puerta. Mi corazón estaba bombeando con más fuerza.

— Por favor abre.

Una gota de sudor recorrió mi frente, jugando con mi desesperación. Tomé coraje y abrí la puerta bruscamente. 

—¿Por qué siempre te escondes? — sonrió al verme. 

—¿Sebastián? — pregunté atónito.

—En cierto modo, sí, soy Sebastián.

Una alegría enorme me inundó. Atiné a abrazarlo porque con su presencia no me sentía solo, alguien que por fin aparecía para hacerme compañía.

—Ayer nos vimos, ¿te acordas? 

Su expresión cambió rotundamente. Hizo un gesto de tristeza.

—Realmente no me acuerdo. Pero sé que podía encontrarte en este lugar.

No era el mismo departamento que ayer, este era mucho más pequeño, además, vivía solo. Lo invité a que pasara, pero se negó. Estaba apurado y me pidió ir al parque para contarme cosas que supuestamente eran de mi interés.

Milagrosamente era el mismo barrio. Pasamos por la misma calle del restaurante, pero estaba cerrado. Sebastián seguía vistiendo con la misma bermuda negra y zapatillas blancas. Por un instante sentí temor, y otra vez extrañé a mamá. Todo era mentira, todo parecía serlo. 

—¿Cómo puede ser que no te acuerdes que ayer nos vimos en el restaurante? — pregunté después de varios minutos en silencio.

—Es difícil de explicar. No te conozco, pero tuve que buscarte para charlar.

—¿Y qué esperas? Me estoy muriendo de intriga— dejé de caminar y me puse frente a él.

—Puede ser que no recuerde lo que sucedió ayer. Ya pasó. Pero...—aclaró su garganta— sé que todo es importante, y más lo que vos estás buscando. 

Mi rostro sin expresión hizo que siguiera hablando. 

—Hoy despertaste en otro lugar ¿No es así?

Hice una afirmación con la cabeza, desesperado.

—No volverás a estarlo.

—Pe, pero ¿Cómo? ¡Ayer caminamos por estas mismas calles! — vociferé.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora