Pisando en falso

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Mientras esperaba en el sillón gamuzado con estampas de flores, una mujer de mediana edad se sentó frente mío. Me miró levantando una ceja. Por mi seguridad, volví a comprobar si tenía alguna falla en mi vestimenta. No sé, quizás el jean roto, la remera con olor desagradable o un pedazo de comida colgando sobre mi cabello. Le sonreí, pero ella giro su cabeza de manera arrogante. En fin, la sociedad de gente bondadosa.

—Alexander, adelante por favor. — llamó una voz de un hombre que provenía de la puerta blanca.

Me puse en pie y pasé con mucho respeto. Asomé mi cabeza y el hombre canoso estaba sentado en un sillón de escritorio. A su lado, había uno similar, pero con forma de camilla. Hizo señas para que me recostara. Asentí y él se dirigió a la puerta, solo para cerrarla y darle más suspenso a la consulta de doctor.

—Alex — exclamó, no gritando sino ordenándome a responder.

Tragué saliva y sonreí. Pude sentir el pulso acelerarme.

—Yo vine porque...

Dejé de hablar porque su rostro serio me infundió temor.

—Termina la frase.

—Porque siento que... no estoy bien.

—Bueno, no esperaba esa respuesta— sonrió entre dientes— todos los que vienen al psicólogo reconocen estar mal, pero no por el simple hecho de hacer algo malo, sino que la vida los coloca en un mal momento.

Él estaba hablando en serio, y también estaba en lo correcto. Me relajé y cerré los ojos, con miedo a dormirme y despertar en otro lugar, pero seguro de mis problemas.

—En mi caso es diferente, Doc. Solo vine para que me comprenda y me dé una humilde opinión.

Hubo silencio durante un largo segundo. Abrí los ojos bruscamente, pero el seguía allí, analizando mi comportamiento.

—Alex, ¿Por qué no miras a los ojos cuando hablas?¿tenés vergüenza?

—No, solo estoy relajado— respondí mirándolo a los ojos.

—entonces tu vida es muy agotadora, ¿no?

—A decir verdad, demasiado.

—¿Y qué es lo que más te agota?

Sabía que no podía seguir dando más vueltas.

Me senté sobre la camilla y giré la cabeza, mirando un punto fijo.

—Despertar en cualquier lugar, todos los días una vida diferente. A veces aburrida, otras veces divertida pero siempre terminando solo.

El doctor quedó boquiabierto sin omitir respuesta.

—¿Quiere que haga la prueba, doctor? Trataré de dormir justo en este momento y verá que voy a desaparecer.

Mi impulso ya estaba descontrolado a tal punto que empecé a vociferar.

—Entonces es un sí, y como no responde voy a intentarlo, solo observe cómo funciona esto.

—Alex, cálmate por favor.

—No puedo, esto me supera—dije, dando un salto para quedarme parado frente a él.

—Tranquilo, todo tiene solución—susurró dándome una palmadita en los hombros.

—Todo menos esto, sabía que ni un doctor iba a entenderme.

—Todavía no te di soluciones, simplemente reaccionaste antes de mi respuesta.

Tenía razón. Respiré hondo y volví a sentarme, conteniendo las ganas de gritar por ayuda.

—¿A quién extrañas?

—¿Me está tomando el pelo?

Me recordó a ella.

—¡Por supuesto que no!

—A mi mamá— respondí seriamente.

—¿Y dónde está ella?

—No lo sé y eso me duele muchísimo. Solo si alguien supiera decírmelo.

—¿Dónde fue la última vez que la viste?

—En mi casa— dije tratando de recordar más detalles— yo estaba en el sillón, esperando a que ella saliera a su trabajo así poder...

No pude seguir hablando, la angustia se apodero de mí.

—¿Qué es lo que pasa? No lo entiendo— sollocé.

El me ofreció un pañuelo para contener el mar de lágrimas y también, un vaso con agua.

—¿Y si pruebas con llamarla? —preguntó animado.

—No tengo su número.

El pareció haber recordado algo y se dirigió hacia su escritorio. Buscó entre pilones y pilones de papeles hasta encontrar lo que buscaba. Una carpeta de archivos con mi nombre en grande. Se sentó para más comodidad y con un rostro de concentración hablo en voz alta

—Tengo un número, pero hace más de dos años que vienes y.... no se si todavía sigue vigente.

—Probemos— dije y me acerqué hacia él.

Pude ver nuestras fotos ¡Era ella!¡por Dios, era mi mamá! Di un brinco de felicidad y lo abracé inconscientemente. Él se sorprendió y me devolvió el abrazo, pero su rostro cambio en cuestión de segundos. Marcó a su celular y me lo entregó sin dudar.

— Es tu turno.

Asentí y esperé detrás de una pantalla escuchar la voz de mis sueños. La felicidad duró poco, el contestador fue automático.

—Probemos de nuevo—insistí, ignorándolo todo.

Tres veces de intento a algo que no tenía sentido. Verifiqué el número, desesperado, confundido. Ya nada estaba en orden.

—Voy a buscar la dirección de la casa— dije ignorando su presencia.

Tomé todos los papeles, y me senté en el sillón, buscando nervioso algo que prácticamente no tenía sentido. Todas las hojas hablaban de mí. Comportamiento, miedos, logros, entusiasmos. Sentí vergüenza, porque nada parecía real. No había direcciones ni datos interesantes. Tiré todo al suelo y empecé a caminar, agarrándome la cabeza una y otra vez.

—Busca algo, Alex. Dentro tuyo quizás esté la solución.

Negue con la cabeza y reí nervioso. Dentro de mí no había otra cosa que caos.

—¿No vas a ayudarme? —me quedé inmóvil.

—Piensa tranquilo—murmuró.

Y de pronto la tranquilidad hizo que pueda pensar. Había algo... repetido... que siempre veía desde la casa de Selene. Lentamente bajé mis brazos hasta el bolsillo del pantalón que usaba siempre y nunca noté. El papel con el número de Selene estaba conmigo desde ese día. Temblando, le pedí el celular y marqué lo más rápido posible. Una gota de sudor recorrió mi rostro. Esperé hasta donde dieron mis nervios, el doctor seguía en su misma posición como si no pasara nada.

—¿Hola?

—¿Con quién tengo el gusto de hablar? — pregunté antes de memorizar su voz.

Se escuchó una risita.

—Habla Selene, ¿con quién tengo el gusto? 

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora