Sin retorno

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El living estaba  inhabitado. No se encontraba en malas condiciones, sino que le faltaba huéspedes. El olor a muebles de madera no podía pasarse por alto. La humedad se veía en las paredes que no eran de madera. Su toque campestre estaba más que bien para olvidar la ciudad y como para entrar en clima la chimenea encendida. 

Selene seguía parada en la puerta observándome de brazos cruzados. Fingí estar asombrado y comencé a entrar en curiosidad recorriendo el interior. La cocina contaba con una heladera enorme, y la mesada seguía siendo nada más ni nada menos que de madera. Volví al living y noté algo extraño: el televisor.

Me acerqué frunciendo el ceño, buscando el control remoto.

—Encontraste una diferencia—comentó sentándose en el sillón.

Gire a mirarla nuevamente, estaba sonriendo.

—¿El... el televisor es el mismo que...?

—Si, y no es lo único.

En ese momento pude notar que no solo era el televisor, sino que un cuerpo del sillón pertenecía a mi casa, a mi verdadera casa. trotando me acerqué a la cocina, y dentro de la alacena se encontraban los mismos alimentos que comía a diario. De un salto, seguí el pasillo donde había más puertas. La primera era del baño y la última de la habitación. Escuché los pasos de Selene detrás de mí, pero avancé sin voltearme. Por momentos creí haber tenido una experiencia similar, como todas: Misma casa, misma habitación y para no seguir confundiendo a mi mente, tomé la decisión de dejar de maquinarme tantas cosas a la vez, casi nunca buenas.

Entrecerré los ojos antes de abrir la puerta blanca, el corazón bombeaba con más fuerza hasta que sentí su mano sobre mi hombro.

—Alex... yo...—me detuvo.

—¿Este es tu plan? —pregunté desconcertado.

Selene permaneció en silencio, agachando la mirada. No me importó si iba a responder que si o que no, de todas formas, entré a la habitación. Por más que todo lo demás tenía algo de mi otra casa, el cuarto de 4x4 era idéntico a mi habitación de la infancia. La cama con las sábanas azules, el ropero blanco y las mismas zapatillas en el mismo lugar. Todo parecía una tortura. Avancé un poco más hacia la ventana, y detrás del ropero había fotos pendientes de un hilo. Presté atención y todas eran de mi verdadera casa, otras, eran de mi mamá y yo cuando estábamos en el primer día del colegio y, por último, una foto que Selene me había tomado desprevenido el día de mi cumpleaños.

Me llevé las manos a la cabeza, sentí una enorme punzada en el corazón.

—Dudé un montón en hacer esto, pero...

—Pero ¿qué? ¿No pensaste en como lo iba a tomar?

—¡Siempre dudé! Desde el primer día en que me contaste de tu vida no dejé de pensar en cómo podía hacer para ayudarte, Alex.

—Selene yo...—susurré tratando de contenerme—quiero irme.

—No, no se puede.

—¿Por qué? —fruncí el ceño— Si es por lo que gastaste en todo esto no te preocupes voy a devolvértelo.

—No—negó con la cabeza— yo creo que esto va a funcionar—dejó salir una sonrisa.

—¿Funcionar que, Selene? — pregunté conteniendo aún más la ira.

—¡Que vuelvas a tu casa, Alex! —exclamó—aunque no me lo digas y sientas que yo no me doy cuenta estas solo en esta maldita vida.

—No es así, te tengo a vos.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora