Siempre con excusas

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Un golpe seco y terminé en el suelo. Pensaba que la resaca de la noche anterior mágicamente iba a dar estragos por la mañana. No fue el caso. 

Un viento fresco despeinó mi cabello que al parecer estaba más largo de lo normal. Un espejo enorme con marco de madera me mostraba el cuadro de una playa paradisíaca que colgaba sobre mi cama.

 Me miré para comprobar si seguía siendo Alexander Rivera o si se trataba de un clon. No había alarmas, camas de más, una casa extravagante o humilde. Todo era y parecía "normal". Rápidamente identifiqué los departamentos de Capital Federal. 

No era mi verdadera casa, pero el aire resultaba familiar. Con buen ánimo salí de la habitación. Otra puerta semi abierta daba a entender que no estaba solo. Abrí lentamente y la oscuridad no me dejó ver con claridad. Lo único que podía notarse era una cama matrimonial, pero las marcas en las sábanas indicaban que solo una persona estuvo allí.

—¿Desayunamos juntos? — preguntó una voz masculina detrás de mí.

Di media vuelta y su rostro fue un impacto. 

Era la figura de un padre que nunca, jamás, ni en sueños había tenido. Lo miré dudando y con un poco de rencor. ¿Ahora tengo un padre? ¿Justo cuando todo mi mundo está sin sentido?

—¿Hay algún problema? — lo miré desafiante.

El hombre canoso se encogió de hombros y con poco interés se dirigió hacia la cocina.

—No voy a rogarte, Alex—dijo mientras se preparaba un café— solo fue una pregunta.

¿Por qué actuaba así?

—¿Y qué se supone que debo responder?

El me miró haciendo un gesto de desprecio.

—Nada, llegas tarde al trabajo.

—¿Y vos? — pregunté un poco furioso.

—¿Yo qué, Alexander? — dijo perdiendo la paciencia.

—¿Qué es lo que tenes que hacer? ¡Ah no, ya lo sé! Irte con alguna mujer que no sea mi mamá.

Sus ojos negros sobresaltaron y dio un respingo.

—No me podés seguir faltando el respeto de esta manera— levantó la voz.

—¿Dónde está mamá?

—¡Que carajos sé dónde está tu mamá! — gritó con furia.

Un nudo inmenso se instaló en mi garganta. Tragué saliva para no llorar y volví a encerrarme en mi cuarto. Realmente no quería estar ni un minuto más despierto viendo cómo un padre trataba así a su hijo. Era doloroso. 

El ánimo por el piso y las ganas de desaparecer eran tremendas. Algo me decía que volviera a hablar con él antes que se marchara. Entre una lucha interna me convencí y volví a la cocina. Él ya estaba cambiado. Llevaba puesto un traje completamente negro y un maletín. Seguramente su oficio tenga que ver con oficinas, pensé.

—Antes que te vayas— me paré en la puerta— voy a pedir disculpas.

Aunque me duela el corazón.

El asintió, con ojos tristes. Estábamos cara a cara.

—Se que estuve mal, pero la verdad es que extraño a mamá. La vida sin ella es difícil... me cuesta asimilar que ella tenga otra familia, pero fueron decisiones las que llevaron a todo esto— las palabras brotaban de mis labios.

—Yo... no sé qué decirte— susurró.

—No hace falta que digas nada, el dolor está justo en este lugar— dije señalando mi pecho— y espero que algún día se vaya, porque me está matando.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora