Casi todo

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Al abrir los ojos, me agarré fuerte del sillón. El volumen alto del televisor interrumpía mis pensamientos de una forma insoportable. En ese momento no lograba darme cuenta que había vuelto a casa, hasta que giré sobre mis hombros recordando el color caoba de la puerta principal, donde ella se había marchado.

Pegué un salto, tirando el control remoto y mi celular, el cual hizo que retrocediera para tomarlo y llevarlo conmigo.

Al abrir la puerta el sol dio directo en el iris, despabilando mis dudas acerca de la realidad. Recordé el rostro amable de la vecina de al lado, levantó su mano y por supuesto le devolví el saludo con una sonrisa de oreja a oreja.

No se sorprendía en verme, al contrario, cada paso que daba ella se alejaba un poco mas.

—¡Hey!— Por alguna extraña razón, no recordaba su nombre.

—Alex...—murmuró mirando hacia el suelo.

Después de unos trotes y de haber cruzado la vereda sin mirar a los costados, sentí mas de cerca su rechazo. ¿Qué le había hecho?

—¿Cómo estás vecina? Por esas casualidades, ¿La viste salir a mi mamá?

Ya no aguantaba las ganas de saber de ella.

—¡Oh! Tu madre... si, la vi. Tenia el rostro preocupado...—después de una pausa continuó— ¿Te estás portando bien, Alex?

Arrugué la frente y contesté de inmediato.

— Siempre me porto bien. ¿Qué te dijo ella?— pregunté acercándome para escucharla mejor.

— ¿A mi? Nada— respondió moviendo la cabeza— es lo que uno supone.

¿Quizás la veía siempre triste por mi ausencia?

—Pero, ¿Me ves todos los días para suponer eso?

Volvió a lanzarme una mirada fulminante.

—¿Hace cuánto no vas al colegio? ¡No te vi toda la semana! ¿Estabas enfermo?

No respondí. Di la media vuelta y me metí nuevamente en la verdadera casa. Ella no me había visto, entonces, mi mamá tampoco.

Corrí en busca del celular, marqué su número y deseé escuchar su voz. El corazón iba a salirme del pecho, no entendía bien qué estaba sucediendo, si todo seguía siendo un sueño o simplemente estaba viviendo.

Un segundo más y dio el contestador. Insistí.
Insistí todas las veces que el celular me permitió hacerlo. Entré en desesperación porque su respuesta no era inmediata.

Quizás ese ya no era su número– pensé en voz alta.
De pronto, el corazón comenzó a dar puntadas, cada vez más intensas. Entendía la emoción del momento, tanto así que había olvidado por completo a Selene.
Busqué en el bolsillo derecho del pantalón, su número que casi estaba aprendido de memoria. Lo marqué sin aliento y esperé su voz del otro lado.
—¿Hola?

—¡Sele!— grité con una sonrisa— Soy Alex.

—¡Alex! Que bueno escucharte, ¿Dónde puedo verte? Estaba preocupada.

—No me vas a creer, pero estoy en casa— murmuré.

—¡Dios mío! Necesito verte, dame tu dirección.

Después de 20 minutos de pura agonía, Selene estaba en la puerta de mi casa.
Miré por la ventana imaginando entrar a mi mamá pero no sucedió.

La puerta se mantuvo por la mitad pero Selene logró entrar abalanzándose hacia mis brazos.

—Estoy tan feliz– me susurró al oído.
No respondí, simplemente me perdí en su cálido abrazo.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora