Café Caramel

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Un aroma a vainilla estaba hipnotizando mis sentidos. Mi cuerpo estaba incómodo. Abrí los ojos lentamente y limpié la saliva de mi rostro. Me erguí lentamente. Observé como la gente estaba en su mundo, charlando y bebiendo café. 

 Nadie me estaba mirando excepto... ella.

Su mirada, ¡Por Dios! su mirada era tierna. Llevaba un saco color café igual que sus ojos. Unas cuantas mesas nos separaban. Me avergoncé al saber que estaba durmiendo en una cafetería. Me limpie la lagaña, pero ¿por qué hacía eso delante de ella? Doble de vergüenza. sonreí tímidamente ya que no quitaba sus ojos sobre mí. Ella hizo lo mismo y volvió a leer su libro. No sabía cómo acercarme sin ser un idiota. Revisé mi pantalón y encontré un celular, completamente vacío de información. En la billetera estaba mi documento, pero la dirección no.

 Perfecto.

Una mesera del lugar se acercó sonriendo.

— ¿Ya estas decidido qué pedir?

Antes de responder, volví a mirarla a ella; seguía leyendo.

— Hum, sí. Solo un café— respondí pensando si tenía o no dinero en mi billetera.

Cuando se alejó, busqué desesperadamente y el alivio vino a mí. La chica misteriosa seguía allí. Esta vez la miré y no bajé la mirada. Su cabello llegaba a los hombros, todo era color y sabor a café. Me tentaba el hecho de poder acercarme y hablarle, pero como un chico normal, sabía que todo era mentira. Esperé unos cuantos segundos para que vuelva a mirarme y así poder sonreír, como una entrada para conversar. Los nervios estaban fundiéndome. Tomé coraje ante su indiferencia y caminé con el pecho inflado (de vergüenza). 

Cada paso era como si pisara arena movediza. No me miraba, ni siquiera respiraba.

— ¿Hola? — pregunté con la voz animada.

Levantó la mirada, sorprendida.

—¡Hey!— exclamó con los pómulos rosados.

¡Tenía más vergüenza que yo! Las miradas eran solo un disfraz.

— Perdón por molestarte es que...

— No pasa nada— cerró su libro y lo dejó en la mesa— si queres sentarte...

Titubeé por un instante y sin decir nada me senté. Ella me miraba y sonreía tímidamente. Ya no encontraba diferencias entre su perfume y el aroma a vainilla.

— Soy Alex— levanté mi mano.

—Selene. — me estrechó la suya.

Mantuve el saludo cuidadosamente, su piel era suave como la de un bebé.

—¿Me viste durmiendo?

La pregunta más estúpida la estaba haciendo yo.

— Si. Estabas desde que llegué.

No podía dejar de mirarla. Cada vez que decía algo quedaba embobado. Entre la desesperación de la maldita vergüenza, tomé su libro y comencé a hojear, tratando de parecer interesado en él.

—¡¿Qué haces!?— dijo en un tono furiosa y me sacó el libro de las manos.

—Perdón es que...

—Esas cosas no hacen, se pide permiso. Además... no me gusta prestar libros ni siquiera para que los miren.

Selene... que chica tan rara.

—¿Y por qué esa reacción? Debe haber algún motivo.

Su mirada en silencio dijo todo. Algo había pasado, pero no estaba de buen humor o no había la suficiente confianza.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora