Bienvenidos al laberinto

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Al abrir los ojos y ver otro techo desconocido, me hundí en la cama. Extrañaba ser común, la vida rutinaria, pero solo para volver con ella, y sumar a ELLA. Ya no era solo a mi mamá a la que necesitaba, sino que también Selene se había vuelto parte de mis pensamientos y de mi insomnio.

¿Cuánto más arriesgar?

Estaba en pijama, tantee la mesa para tomar el pantalón de siempre, pero el negro caoba de ese jean, nubló mi mente. Giré sobre mi hombro y vi la pintura gastada de la pared. El placar estaba a un pie de distancia, estiré mi brazo lo más que pude y, al ser torpe, toda la ropa cayó en forma de torre. Busque desesperadamente el pantalón que me había acompañado a lo largo de mis días extraños, pero su ausencia me puso aún más nervioso. Me rasque la cabeza en busca de alguna buena idea, pero no había más que pensamientos vacíos, por la mitad y de pura confusión. No recordaba el número de Sele, ni tampoco su dirección.

La casa estaba completamente abandonada. Lo único que se mantenía con vida era la heladera llena de botellas de agua y mi cama con sabanas limpias. Creí haber estado solo hasta que escuché algo escabullirse en el mueble de la cocina. Como no era una persona, me acerqué lentamente y abrí una de sus puertas, temía por un roedor. Pero sus ojos azules me flecharon. Una gata gris y de rayas blancas estaba jugando con el paquete de galletitas. La tomé en mis brazos con cuidado, sus uñas ya estaban preparadas para la defensa, pero mis caricias dejaron salir su ronroneo. No sabía cómo llamarla, no tenía nombre. Así y todo, nos sentamos en el sillón esperando una respuesta. A decir verdad, las ganas de llorar me invadieron. No era solo por la soledad, sino porque jamás encontraba una respuesta.

Comencé a pensar en voz alta. La gata giraba su cabeza, tratando de comunicarse conmigo a su manera. Supuse que tenía hambre. Encontré entre tanto desorden una bolsa con su comida, ella no dejaba de maullar. Deje caer su comida en el plato y antes de llenarlo, su cuerpo ya estaba tapándome la vista. Observé como se llevaba desesperadamente todo a su boca, y, como era de esperar, volví a tildarme en mis pensamientos. ¿en algún momento todo iba a ser normal?

Y otra vez busque ayuda. En cualquier lugar, con cualquier gente. Solo... quería sentirme acompañado.

Veinte minutos después, ingresé a un mini mercado de la cuadra. Con mi capucha y mis manos en el bolsillo, fui algo de susto para la cajera, hasta que sonrió.

—Hola—murmuró, sin quitarme la mirada.

—Me conoces?

Mi pregunta la confundió y se ruborizó.

—Bueno, no te estoy viendo hace ya unas semanas.

Sonreí, y saqué una mano del bolsillo.

—Por casualidad... ¿No viste a una chica de esta estatura? — señalé mi hombro derecho— ¿Con ojos tristes y sonrisa falsa?

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Entra mucha gente en el día, no puedo memorizar a todos.

—Entiendo.— agregué sin piedad.

Por momentos pude captar su atracción hacia mí. No quise lastimarla, pero necesitaba más información que nunca. La chica volvió a su puesto de trabajo ignorándome. Esperé a que toda la gente que se encontraba comprando se retirara mientras recorría cada góndola sin perder la vista de la caja.

—Disculpe, ¿necesita ayuda?

Estaba de espaldas cuando el hombre de seguridad me vio sospechoso.

—Eh... sí. Necesito ayuda —sonreí— pero no de usted precisamente.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora