Pequeño detalle

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Ella seguía igual que siempre, aunque habían pasados días para mi eran siglos sin verla. Nuestro punto de encuentro no era nada más ni nada menos que la plaza cerca de su casa.

 Mágicamente el consultorio del psicólogo estaba a una hora de distancia por lo que ella estaba allí desde mi llamado. Entre la felicidad y la ansiedad de verla el viaje fue un dolor de cabeza. Siempre pero siempre con el estómago vacío, la pereza de comprar algo siempre era mayor que lo voluntad. No dije nada, simplemente al llegar noté una bolsa cargada de comida. ¿Por qué pensaba que era un muerto de hambre?

Me acerqué arrastrando los pies, demostrando desinterés solo por verla enfurecer.

—Lamentó mucho haberte llamado y molestar de esta manera—dije señalando la bolsa.

—¿Por esto? —preguntó.

Abrió la bolsa y dejó ver lo que llevaba dentro: tres tupper llenos de comida.

—Es tuyo, tonto.

Pegó un salto y su bolsa cayó al piso. Me abrazó tan fuerte que sentí vergüenza. Me ruboricé y ella lo notó.

—Te extrañé— dijo luego de un suspiro.

—Yo igual.

Sentí su mirada tan intimidante que agaché la cabeza. ¿y Martín dónde andaba?

—Tengo cosas que contarte— dijo ella casi sin voz.

Su rostro cambió al pensar en esas cosas.

—Ah, ¿sí? — demostré curiosidad.

—Voy a contarte ahora.

No me dejó responder, tomó mi mano e hizo que me sentara con ella en el banquito pintado de blanco.

—Pensé mucho en lo que hablamos y... — hizo una pausa— le dije a Martín que era mejor no seguir juntos.

Dentro mío hubo una revolución de felicidad.

—Oh, lamento mucho Sele... esa difícil decisión.

—Igual, nada venia bien. El actuaba muy raro desde que te conoció.

Levanté una ceja y sonreí.

—¿me vio como una competencia?

—Eso no lo sé. Pudo haber celos— se encogió de hombros.

Sele bajó la mirada y empezó a jugar con sus pies.

—Creo que lo entendió— dijo sin haberle preguntando.

Lo vi como un escudo porque si yo hubiera preguntado a los ojos, ella no se hubiese animado a mentirme así. Martín con su carácter autoritario jamás hubiera aceptado de buena manera terminar la relación con Selene. No le creí. Quería abrazarla y decirle que nunca iba a dejarla, pero... pero todo estaba complicado.

Terminamos o mejor dicho terminé de comer mientras ella observaba como mi mandíbula devoraba cada trozo de pan junto con el queso y un poco de mayonesa. Bajaba la velocidad cada vez que sus ojos se quedaban fijos en mí. 

El hambre decía: No pares y la vergüenza: Sos peor que un hambriento.

Saqué de mi billetera una gran cantidad de dinero como propina, ella se negó a tal punto que si tomaba el dinero amenazo con dejarlos en el banco. No lo iba permitir.

—Hay algo que también quiero contarte.

—Espero que sea algo bueno, Alex.

Me rasqué la cabeza.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora