Perfectamente imperfecto

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El agua de la ducha estaba tibia, después de haber dormido una noche en la calle mi cuerpo estaba necesitando un buen descanso.

 Era de madrugada cuando desperté en una casa amplia, con más habitaciones. Sabía que vivía alguien más ahí porque cinco cepillos se encontraban en el baño. Tenía miedo de llevarme una sorpresa con la nueva familia. 

Mientras me relajaba escuchando el sonido del agua, sentía cómo pasaba de estar tibia a fría. Alguien parecía estar despierto. Cerré rápidamente el grifo y me cambié lo más rápido que pude. Las luces del pasillo seguían apagadas. Recorrí cada habitación y todas sus puertas permanecerían cerradas. Bajé las escaleras intentando no hacer ruido. Realmente era grande. El living estaba decorado con sillones de cuero y un televisor enorme cubría casi toda la pared. Desvíe la mirada hacia la cocina, una habitación más. Las luces de ella estaban encendidas. Bajé con rapidez y fui directo a la heladera de dos puertas. Abrí y me encontré en un paraíso lleno de cosas dulces y saladas. Tomé un postre y cerré lentamente para no hacer ruido. Cuando doy la media vuelta una chica un poco mayor que yo se presenta:

—Eso es mío, Alex.

Pegué un salto y el postré voló en el aire. Ella se parecía a mí.

—No sabía que... estabas despierta— me disculpé.

—Está bien— dijo levantando el postre— ¿Por qué te bañas a esta hora?

Ella seguía mirándome raro, como si no me conociera. Yo hacía lo mismo para encontrar alguna pista y saber si era mi hermana.

—Me baño porque tengo ganas—expliqué mientras observaba la mochila que colgaba en su espalda—¿Dónde estabas?

—Otra vez no, Alex. Mamá y papá no saben que siempre salgo, pero vos shh,¿okay?

Ambos estábamos ocultando algo. Ella se escapaba y yo recién empezaba a conocerlos. Me daba curiosidad su vida de misteriosa. Esconderse de sus padres y volver a altas horas de la noche era sinónimo que algo no andaba bien. Me quedé mirando todo lo que hacía antes de irse a dormir: comer desaforadamente, mirar su celular cada quince segundos y por último darse una ducha.

Tenía miedo de volver a dormirme y despertar en otro lugar sin haberlos conocido a ellos y lo que se podía decir por fin: Una familia.

Antes que ella subiera las escaleras la llamé, sin su nombre porque no lo sabía, solo con un simple Hey. Respondió al instante a pesar de su rostro cansado. Nos sentamos en el sillón y empezamos (o yo, mejor dicho) una especie de cuestionario para entendernos mejor.

Estaba incomodo, ella me estaba apurando porque el sueño la estaba venciendo.

—¿Los chicos duermen?

—¿Qué chicos? — preguntó desconcertada.

—Nuestros... hermanos— me encogí de hombros.

—¿Querrás decir Luz?

— Si, si— afirme— Luz.

Su rostro no me daba la señal de querer seguir hablando, sus pensamientos parecían insultarme, brotaba por sus ojos.

—Duerme, como siempre. Aunque— agregó acomodándose en el sillón — la encontré varias veces mirando la televisión.

Descarté la posibilidad de tener un hermano varón, ese era yo. Comenzamos a charlar fluidamente. Le molestaba de mí que siempre preguntaba por todo, al ser la hermana mayor ella decía que no tenía que dar explicaciones, salvo a mamá o papá si ellos lo exigían.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora