¿Nos conocemos?

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Amanecí boca arriba en el suelo de un balcón. Si, la gente de la calle podía verme, los choferes de los autobuses que pasaban, los taxistas, los pasajeros, todos. En esa altura del quinto piso todo se veía fenomenal. Excepto mi rostro cansado y confundido.

 Últimamente la soledad estaba pasándome factura una y otra vez.

 El cielo cubierto de nubes grises me hablaban que así de gris estaba mi vida. No podía dejar de pensar en ella, en Selene. Harto de la situación y de mis pensamientos me senté como pude en la reposera y bostecé como si nunca lo hubiera hecho antes. La gente que pasaba tenía la voluntad de levantar la mirada y observar como un adolescente sin remera, sentado en una reposera y con el cabello rebelde hacia muecas, pero mis muecas eran de ''necesito ayuda''. Nadie las entendía.

Tras mi inquietud, di un salto y puse mis brazos en la baranda de acero. La vista era diferente, podía ver mejor los rostros de los desconocidos.

— ¡¿No era que vivías en una casa que se caía a pedazos?!

Su voz, su sarcasmo con dulzura, todo me recordaba a alguien. Giré mi cabeza 180 grados y la vi radiante, parecía que había sol, había luz.

—¡No lo creo! — grité a gran voz.

Corrí hasta mas no poder. El ascensor no era una opción para que calmara toda mi emoción, necesitaba correr, liberar energía. Las escaleras se disminuyeron en cinco escalones para cinco pisos. Cuando logré salir a la calle, la busqué desesperadamente con la mirada, pero no estaba. Con la respiración entrecortada y la garganta seca, mencione su nombre. Selene... ¿Dónde estás?

—Justo donde querías verme.

Realmente necesitaba verla y ella estaba ahí, parada frente a mi sonriendo tímidamente. Pestañeé dos veces para saber si se trataba de otro sueño, ella volvió a sonreír y esa vez me convenció.

—¿Hoy despertaste mudo o qué?

—¿Cómo me reconociste? — pregunté dudando.

Selene puso los ojos en blanco.

—Nos conocimos hace días, no años, Alex.

Hice un gesto de afirmación y me rasqué la cabeza. Tenía un nudo en la mente, un nudo de cables, casi... un cortocircuito.

—Se que la razón es tuya, pero, solo fue una vez. Y tu cara... ya se estaba borrando de mi mente— dije sonriendo, para no parecer cruel.

A Selene no le importo mi respuesta, al menos eso parecía. Su gesto de apatía era imprescindible, normal en ella. Llevaba puesto una campera holgada de jean y una gorra negra. Su cabello siempre brillaba, presente con su aroma a vainilla.

—¿vas a seguir mintiéndome?

—No, nunca te mentí.

—Si, lo hiciste. Me dijiste que vivías en una casa, no en un departamento y encima — me miro de arriba abajo— no traes remera, y hace frio.

El fuego de la vergüenza se apodero de mí, deseando ser invisible.

Selene suspiró.

— Esto sería al revés, pero... hoy es necesario— dijo al tiempo que se sacaba su campera.

No quise aceptar, pero el pudor ganó. Estaba completamente feliz de tener algo de ella, no pensaba devolvérselo, no hasta que termine el día o en otro caso, quedármelo para siempre.

—No tardes en abrigarte— se queja con otro suspiro— no quiero presenciar un desnudo.

Solté una carcajada después de agradecerle. No había pensado que era una buena opción su compañía, pero era innegable lo bien que me hacía.

Sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora