Capítulo 7

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Seulgi cerró la puerta de su departamento detrás de ella, aún tenía la mirada pérdida y realmente tenía muchas cosas en las que pensar, y aquella pelinegra de piel pálida formaba una parte importante en todo ello.

-¿Cómo te fue?- Seulgi se sobresaltó al escuchar la voz de Rosé al fondo. Había olvidado que la había dejado junto a Minho a cargo de Yeji.
Se giró hacia la dirección de donde provenía la voz, en el sofá estaba la pareja mirándola con curiosidad. Su prima la miraba con una gran sonrisa y daba pequeños saltos en el sofá. Mientras que Minho la mirada con una sonrisa ladina y sus brazos permanecía cruzados en su pecho.

-Bien...- murmuró, no quería hablar en esos momentos de todo lo que había pasado, especialmente en la última parte de la velada en donde había besado a Irene, ella había correspondido y minutos después había huido, de nuevo.
La pelinegra decía que nunca huía, sin embargo Seulgi ya la había visto huir en más de una ocasión. ¿Eso contaba como una mentira? ¿Acaso ocultaba más cosas de las que ya parecía ocultar? No lo sabía, definitivamente Irene era alguien a quien quería conocer, pero hoy se había dado cuenta que conocerla totalmente era algo que debía hacer con cuidado, cautela y sobre todo mucha paciencia, y la paciencia no era su mejor cualidad. Podía notar que esa mujer era tan cautelosa como explosiva. Sería un verdadero reto conocer del todo a la mujer que le había robado el aliento.

-¿Solo bien? ¿No te tomó de la mano? ¿Hubo algún beso? ¿Qué tal la cena?- Dijo Rosé mirándole con emoción mientras daba pequeños saltos en el sofá.

Minho pudo notar la incomodidad de Seulgi ante las preguntas de su esposa, Rosé algunas veces solía hacer más preguntas de las necesarias, haciéndole parecer algo chismosa. Por lo que el hombre se levantó del asiento.
-Mira la hora cariño.- Minho miró hacia su muñeca queriendo ver la hora, aunque Seulgi notó que no había ningún reloj en su mano. -Seulgi está cansada y con Yeji dormida, vamos a casa nuestro trabajo aquí está hecho, será mejor que la dejemos sola.- Minho tomó con delicadeza la mano de Rosé para levantarle del sofá.

-Pero yo quiero escuchar los detalles de la cita.- Dijo la rubia haciendo un puchero mientras Minho la conducía hasta la puerta.

-Y ya habrá tiempo para escucharlos, pero ya es tarde, Seulgi necesita descansar y hace un rato dijiste que tenías sueño. Así que vamos a casa, nos vemos Seulgi.- Minho le dedicó una sonrisa a Seulgi, mientras que ella se la devolvió en señal de agradecimiento, el hombre se limitó a guiñarle un ojo antes de salir por la puerta junto con Rosé. De la cual pudo escuchar a lo lejos un "¿Crees que le estaba haciendo demasiadas preguntas?" cosa que hizo sonreír ligeramente a Seulgi.

Seulgi soltó un suspiro y se quitó los zapatos altos, subió las escaleras para comprobar que Yeji estaba dormida. La niña parecía haberse quedado dormida leyendo uno de los tantos cómics que tenía, por lo que la morena se acercó a ella para quitarle el cómic de las manos, arroparla y dejar un beso en su frente, mirándola por unos cuantos segundos antes de irse.

Bajó las escaleras y se tiró en su cama soltando un gran suspiro. Había sido una noche extraña, pero si quitaba el hecho de que la pelinegra había huido después del beso. La noche había sido perfecta para ella, poder compartir tiempo con Irene y tener la oportunidad de conocer aún más detalles sobre ella era algo que no cambiaría por nada.
Quería estar con ella una vez más, pero tal vez aquello podría ser tomado como acoso. Tal vez lo mejor era esperar un tiempo antes de pedirle otra cita, además, no sabía si Irene la odiaba ahora que la había besado. No sabía que esperar de esa mujer. Así que lo mejor era darle espacio.

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La semana transcurrió de nuevo sin novedad alguna. Ambas mujeres iban a sus respectivos trabajos y pasaban tiempo con sus respectivas familias.
El viernes por la mañana Irene entró por la puerta del aula con aquel andar elegante que la caracterizaba. Aún lograba dejar pasmados a algunos niños, ya que para muchos de ellos, ella era muy similar a una reina.
Para los niños era fácil saber cuándo la maestra venía, ya que si guardaban silencio por unos segundos, podían escuchar el ruido de los tacones sonar contra el piso de mármol de la escuela.

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