60. Dolor de mil avernos

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*Arthur en imagen multimedia*

. . .

La reunión terminó después de discutir la planeación del entierro y nos fuimos a casa.

Nicolás y yo regresamos solos en el Ferrari. Me encogí en mi asiento sin mirarlo, permaneciendo en silencio mientras él conducía con la mirada fija en el camino.

Estaba aterrado, aterrado de su silencio y su rostro inexpresivo.

Cuando llegamos a la casa, al abrir la puerta, retrocedí de un salto por lo que encontré dentro.

Un hombre grande con una cabeza del cráneo de un cuervo, vestido únicamente con pantalones ajustados y botas de piel, un cuerpo imponente por los fornidos músculos en los que sobresalían sus venas y una maleta negra a sus pies.

Sabía que la cabeza era sólo un casco, pero no era su apariencia lo que me horrorizaba, lo que me dejó pálido e inmóvil era saber quién era esa persona y peor aún, verlo frente a la chimenea donde había un largo hierro con la punta calentándose en el ferviente fuego.

Joder, ¿eso era lo que creía que era?

Nicolás cerró la puerta con rudeza haciéndome saltar en mi lugar, seguido del "clic" del cerrojo tras haber asegurado la entrada.

Me giré a verlo y la vista que tenía de su cara fue como mirar al mismo Satanás a los ojos.

Podía jurar que su iris negro se había vuelto completamente rojo, las venas de su esclerótica sobresalían demasiado del blanco de sus ojos, pero eso era lo de menos. Su mirada... Oh, Dios, esa mirada de completo desprecio mezclado con suplicio.

Ni siquiera estaba sonriendo, una característica notable en él que era anormal no ver en su cara. En su lugar, su boca estaba curvada hacia abajo y sus labios tensos.

Su siniestra sonrisa siempre me dio pavor, pero si había algo peor que ver esa cara burlona y sádica, era divisar su rostro despojado de toda humanidad o emoción, no era sólo la falta de expresión más expresiva que había visto (vaya la redundancia), sino que incluso su piel estaba roja por la furia que se avivaba en él y las palpitantes venas en su frente que lucían como si fueran a explotar.

— Ni... —me agarró del cabello, encolerizado y me arrastró hacia el dormitorio arrancándome gemidos de dolor por la fuerza con la que me estaba jalando hasta votarme en la cama.

Sentí el miedo recorrerme de pies a cabeza.

Escuché los pasos del hombre que nos había seguido hasta la habitación en completo silencio y me puso de los nervios cuando se detuvo bajo el marco.

Intenté levantarme cuando mi hermano me lo impidió poniendo su rodilla sobre mi espalda, pegándome de cara contra el colchón al sentir todo su peso sobre mí.

— Espera... Espera... —intenté excusarme sin nada realmente convincente que se me viniera a la cabeza. Estaba completamente en blanco.

Nicolás alcanzó el collar de cuero colgado de un lado de la cabecera y me lo puso a la fuerza. Llevé las manos hacia el objeto para tratar de quitármelo antes de que lo cerrara, pero fue demasiado tarde.

Jalé la cadena inútilmente, recibiendo la desalentadora escena de ver el grueso eslabón sobre la cabecera de madera muy bien anclado a la pared.

Una vez asegurado, se levantó de encima mío permitiéndome tomar algo de aire y rebuscó entre sus cajones, sacando un objeto que conocía demasiado bien; una mordaza que ocupábamos ocasionalmente para el sexo sadomasoquista, pero esta situación no era para nada erótica, obviamente.

Mi demonio Nicolás [  VOLUMEN 3 ] DISPONIBLE EN AMAZON MXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora