Extra (Parte 2)

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*Dibujito hecho por mí uwu*

[ . . . ]

No sabía si las cosas hubieran sido diferentes si le hubiera dado otra respuesta, pero asumo que no.

El Duque, el mismo gángster de la mafia al que intenté robarle, me acogió como si fuera un perro callejero, me ofreció un lugar dentro de su organización y me prometió una vida con la que antes yo sólo podía soñar si me mantenía a su lado y le juraba lealtad. Así lo hice, porque ¿que más me quedaba?

Ya que había presenciado en persona lo bueno que era en combate, me convirtió en un gladiador, uno de peleas clandestinas.

Descubrí que en el bajo mundo, hombres poderosos se dedicaban a realizar apuestas de millones en peleas callejeras dentro de locales restringidos para la sociedad, dentro de las entrañas de esa ciudad, se encontraba el lado más oscuro y pútrido del mundo, el lugar donde pasé mis días de juventud peleando en su nombre.

A veces peleaba en rines, otras en jaulas, incluso llegué a estar en fosas de arena mientras era aclamado por un público eufórico y enloquecido por la violencia que sus ojos presenciaban.

Peleaba mancillando mis puños y salpicando el cuadrilátero de ese rojo en el que me bañaba todos los días, un color que me caracterizaba y se había vuelto parte de mi ser, mientras mi "amo" me miraba desde lo más alto con un puro en la boca y unos ojos rebosantes de júbilo.

En días malos en los que me sentía estancado o recordaba a Raley, a la hora de pelear, entraba en una especie de trance que me llevaba incluso a matar a mis oponentes, lo cuál, no estaba precisamente prohibido. Los peleadores, sólo éramos herramientas, peones en el tablero de nuestros autoproclamados dueños.

Siempre que terminaba una batalla cubierto de sangre ajena y sudor, levantaba mi puño victorioso, mirando fijamente al Duque.

Mi existencia había dejado de tener sentido, pero él me dio un nuevo propósito, explotando mis capacidades hasta el límite, límites que incluso yo desconocía de mí mismo.

Continué de ese modo los siguientes dos años hasta que cumplí diecisiete.

Gané millones en cantidades exorbitantes para él y aún así, solía pensar que yo no le importaba, hasta que un día, me demostró lo contrario.

Después de otra victoria, nos íbamos retirando del local y, en la puerta de salida fuimos confrontados por un montón de matones del apostador rival, cuyo peleador había perdido ante mí con la nariz y algunos dientes rotos.

Pude haber dejado que se lo llevaran, que lo mataran ahí mismo y me libraría de todo, pero cuando esos mastodontes estaban por atacarlo, reaccioné instintivamente y los molí a golpes para evitar que le hicieran daño.

Le saqué los dientes a uno, le rompí la cara al otro estrellándolo contra el pavimento y le rompí el cuello al último de ellos.

Él me lo agradeció profundamente, pero no sólo eso; ya no necesitaba que siguiera en las peleas, pues había ganado muchísimo dinero hasta el punto en que decidió que era suficiente. En cambio, me ordenó que me convirtiera en su guardián.

Y así, de forma inesperada, me había vuelto uno de los favoritos de uno de los hombres más importantes del bajo mundo: Norman Hellsing.

Estando ahora a su lado, vistiendo trajes de marca y colonia cara que él mismo escogió para mí, me dediqué a distribuir mercancía, robar, matar y castigar a nuestros enemigos de una forma eficaz.

Muchos me conocían por las historias del hombre que se bañaba en la sangre de sus enemigos después de cada pelea y empezaron a llamarme Barón Rojo, aunque sonara ridículo.

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