No había podido dormir en días. Quién diría que sería él quien tuviera insomnio, y Horacio quien estaría dormido frente a él. Ojalá no fuera en esta situación.
El constante pitido de las máquinas y el estado de alerta en el que se mantenía, quizá ayudado por los vasos de café que bebía uno tras otro le impedían conciliar el sueño.
Sabía que no era bueno que consumiera tanta cafeína, sobretodo porque su corazón había quedado sensible tras el coma. Tanto sentimental como fisicamente.
Sin embargo, no podía permitirse que Horacio necesitara algo y él no pudiera ayudarlo por estar dormido. Ahora mismo necesitaba mantener los ojos abiertos y vigilantes a cada cambio en el estado del moreno.
De vez en cuando, Maia ingresaba por la puerta y le decía, en ese fastidioso nuevo tono de voz y exagerada amabilidad, que se fuera a dormir, y que ella cuidaría de Horacio mientras tanto.
No dudaba en recordarle que el accidente de Horacio había sido a causa de la falta de sueño, y eso no hacía más que hervirle la sangre. ¿Cómo se atrevía a usar el accidente para chantajearlo para dormir?
Quizá era simplemente que no le agradaba Maia, pero cada palabra que salía de su boca le hacía girar los ojos. No quería que nadie le dijera qué hacer, sólo quería quedarse ahí y acariciar la mano de su pareja constantemente, quería que éste pudiera sentir todo su amor, incluso dentro de sus sueños.
Su pierna derecha no paraba de subir y bajar en un inquieto brincoteo inconsciente, signo de su desesperación y ansiedad.
Se levantó para ir a servirse otro vaso de café. Había solicitado que colocasen una cafetera en la habitación para no tener que alejarse ni siquiera para eso.
Desde entonces, no había puesto un pie fuera del lugar. Ni siquiera había vuelto a casa. No soportaría entrar y no escuchar los tarareos de Horacio, o no verlo en el sofá esperando por él, o simplemente recostarse en la cama y no sentirlo a su lado. No quería ni pensarlo.
Maia le traía ropa de vez en cuando, de la que había dejado en la sede en casos de emergencia, y Charlotte se pasaba algunas veces al día a dejarle algo de comida y palabras de apoyo.
A veces insistía en quedarse también, pero no querían que ella pasara demasiado tiempo en el hospital, sobretodo porque había estado ingresada en uno psiquiátrico durante muchos años. Además, no sabían cómo podía afectarle estar tanto tiempo viendo a Horacio en ese estado.
Regresó a la silla junto a la camilla, y por un momento, una idea, a su parecer ridícula, cruzó por su mente.
Se inclinó con cuidado y depositó un suave beso en su frente, con toda la delicadeza que su cuerpo era capaz de expresar.
Quizá si le transmitía todo su amor a Horacio, éste abriría los ojos.
Una risa amarga salió de su garganta, burlándose de sí mismo. Había caído en un pozo tan profundo que incluso el cliché más ridículo le parecía posible.
Se sentó, dio un par de tragos a su café y dejó el vaso en la mesilla. Utilizó una mano para sostener la de Horacio, y, con cuidado, depositó su cabeza sobre las piernas de éste, usando su otro brazo para abrazarlas, respirando profundo y cerrando los ojos.
Extrañaba esa cercanía.
Era curioso cómo había podido pasar casi toda su vida sin él, pero ahora le parecía completamente indispensable. Nunca se imaginó estando tan perdidamente enamorado de alguien.
Esos gestos que antes le parecían innecesarios, ahora eran lo que lo reconfortaban día con día, lo que lo devolvían a la vida en los momentos difíciles, su soporte.
Había estado a punto de perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos, pero esta vez no cometería los mismos errores del pasado. No se rendiría, y sería fuerte por parte de ambos.
Sus ojos se abrieron cuando un rayo de sol que se había colado por las persianas, le golpeó en los ojos.
Se enderezó repentinamente, miró la hora de su reloj y se maldijo de todas las maneras posibles. ¿Cómo había podido quedarse dormido?
Revisó cada uno de los monitores con detenimiento, verificando que todo siga en orden, y, afortunadamente, así era.
Había dormido únicamente un par de horas, pero algo pudo haberle pasado a Horacio en ese tiempo, y no se perdonaría jamás que algo así pasara.
Su móvil comenzó a sonar, y sin pensarlo dos veces, colgó la llamada.
Sin embargo, sonó nuevamente. Colgó.
El proceso se repitió un par de veces más, hasta que, con hartazgo, decidió responder.
— Subdirector V, disculpe por molestarlo — se escuchó la voz de uno de sus agentes — pero necesitamos que venga a la sede, es urgente.
— ¿Qué tan urgente? — respondió con seriedad y fastidio.
— Le juro que no le llamaría si no fuera una verdadera emergencia — realmente se notaba desesperación en su voz, así que, con todo el dolor del mundo, tuvo que ir, no sin antes despedirse de Horacio y prometerle que volvería tan pronto como pueda.
Llamó a Maia para pedirle que lo cuidara, dándole una a una las instrucciones que el médico le había dado a él, a pesar de que Maia también las conocía.
Salió del hospital y puso lo mejor de sí para poner su faceta más firme, aunque por dentro estaba completamente hecho pedazos, evidenciándose a sí mismo por las marcadas ojeras en su pálida piel, evidenciando que algo no andaba bien, y no era un secreto para los agentes el qué.
Se vio obligado a trabajar todo el día, realmente la situación ameritaba su presencia, aunque su mente no se despegaba de Horacio, y revisaba su móvil en cada oportunidad para verificar si Maia le había enviado algún mensaje.
Tan pronto como la jornada terminó, se apresuró a ir al hospital, sin siquiera retirarse el uniforme.
Caminó por los pasillos, aún con su semblante firme, hasta ingresar a la habitación donde se encontraba Horacio.
Tan pronto entró, su fachada se derrumbó, se acercó tan pronto como pudo y lo abrazó con delicadeza, colocando su cabeza en el pecho del de cresta y suspirando profundamente, inundándose de su aroma, que comenzaba a perderse entre el fuerte olor a hospital.
Las lágrimas comenzaron a brotar sin que siquiera pudiera darse cuenta, y su cuerpo comenzó a temblar.
Muy en el fondo, esperaba que Horacio despertara tan pronto él volviera, aunque sabía que esa esperanza vivía únicamente en su imaginación.
En la realidad, Horacio seguía ahí en la camilla, con los ojos cerrados y la respiración tranquila.
Lo extrañaba demasiado.
Pronto las lágrimas se volvieron un río, brotando sin parar. Entre llanto, y la voz quebrada, no paraba de suplicar.
— Horacio, despierta... por favor, despierta...
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Volkacio Drabbles
RomanceHola, aquí iré subiendo algunos escritos cortos que haga. Los reuniré todos en el mismo libro, ya que son demasiado cortos como para crear un libro por cada uno. Espero que les gusten. <3