Mira las manecillas del reloj perseguirse entre sí, una tras otra. Escucha el monótono eco del "tic tac", aunque una cefalea comienza a extenderse por toda su cabeza. Lo asocia al ruido.
Su mente sigue dándole vueltas a la propuesta de su padre.
Sus pensamientos se descarrilan de vez en cuando, pero siempre regresan al mismo camino.
No logra sacarse de la cabeza la amarga "broma" de Andrés. Ya ni siquiera quiere llamarlo "padre".
"Debes acabar con tu vida"
En su garganta rebota un sonido que se asemeja a una risa, irónica, fría.
"Como si no lo hubiera intentado antes"
Habla para sí mismo.
Se mueve ligeramente en la cama, en un intento de reacomodo, aunque queda casi en la misma posición.
Su cuerpo aún le duele. Había caído al piso cuando pensó que alguien le había disparado, y se había golpeado con los muebles de la habitación. En el momento lo ignoró, pero esos golpes probablemente le dejarían varias marcas moradas en la piel.
Extiende uno de sus brazos en dirección al techo y abre la mano, observando sus dedos, apenas iluminados por las luces rojas de la habitación.
También los dedos le duelen.
Había sostenido el arma con demasiada fuerza cuando Maia lo encontró en la cancha de tenis.
La cancha.
Se vio a sí mismo hincado en esa cancha, con la vestimenta que solía usar en ese entonces, y la cresta roja. Su favorita.
Se había encontrado tantas veces en esa posición en el pasado, que no sabía de cuál de todas ellas se estaba burlando su mente.
Si no hubiera sido por Maia, hubiera jalado el gatillo.
Hubiera acabado con su antiguo "yo".
Hubiera matado su esencia. Su personalidad.
Hubiera sucumbido ante la propuesta de Andrés.
Siente un escalofrío recorrer desde sus pies hasta su columna vertebral, y finalmente morir en su cuello.
La simple idea le aterra.
— Ya está listo — escucha los pasos acercándose a él, e instintivamente gira la cabeza para mirar a quien ha ingresado.
Mira a Volkov fijamente mientras abre la mesa de servicio y coloca una de las patas a cada lado de su cuerpo.
El ruso se da la vuelta y sale de la habitación, y las palabras de Horacio luchan por salir, pero se queda callado.
"No te vayas. No me dejes solo conmigo mismo". Intenta decir.
— Volkov — es lo que dice en su lugar.
— Dime, querido mío — responde, ingresando nuevamente a la habitación con una bandeja de comida.
Desde que volvió a casa, no ha parado de usar los motes cariñosos que le ha puesto. Los tenía ahogados en su pecho.
Los decía por cada una de las veces que no había podido decírselos durante esa semana.
No sabe si Maia le ha comentado a Volkov lo sucedido, pero agradece que éste no saque el tema. No quiere hablar de ello, a pesar de que en su mente se reproduce una y otra vez.
Horacio dirige su mirada hacia la bandeja, examinando con atención la comida.
Un par de salchichas asadas, una rebanada de pan de molde y algunas fresas y uvas.
— Estas... salchichas se ven raras — dice por decir, porque ya ha comenzado a hablarle y no quiere simplemente quedarse callado.
— Son salchichas de pechuga de pavo, bajas en sodio — explica — por lo de... en este caso... tu tensión — finaliza la frase con miedo. Sabe que Horacio no quería preocuparlo con su salud, pero no puede evitar hacerlo.
— Maia te ha contado, eh — responde, sin una sola migaja de enojo en su voz. Le parece tierno.
— Y aunque no lo hubiera hecho. Hubiera ido yo mismo a interrogar a los médicos si era necesario. — Horacio ríe ligeramente ante el comentario, y Volkov esboza una sonrisa ante el sonido que había extrañado tanto.
No sabe exactamente qué sentimiento le ocasiona el actuar de Volkov, pero definitivamente hay calidez en ello.
Comienza a comer mientras recuerda las veces que había intentado cambiarse a sí mismo para gustarle, y cómo lo había logrado cuando finalmente se dejó ser él mismo con Volkov.
— ¿Necesitas algo más, мой маленький (mi pequeño)? — irrumpe en sus pensamientos. Horacio niega con la cabeza, y se sorprende con la siguiente acción del ruso.
Volkov se sube a la cama, intentando no moverse demasiado, para no lastimar a Horacio y para no tirar la comida.
Se acomoda a su lado y cruza un brazo por encima de su torso, por debajo de los brazos de Horacio, para permitirle seguir comiendo.
Se encoge en su lugar para colocar su cabeza en su pecho, y respira profundamente. Escucha los latidos de su corazón y eso finalmente lo rompe en pedazos.
Las lágrimas comienzan a brotar, humedeciendo la camisa del de cresta con sus lágrimas.
Siente el cuerpo de Horacio tensionarse, y se da cuenta que ha bajado la mesa de la cama.
Levanta la mirada y siente uno de los brazos contrarios rodear su cuerpo, brindándole apoyo y seguridad, aunque quizá él los necesita más.
Mira rápidamente el plato y se encuentra vacío. Se ha metido toda la comida en la boca para poder abrazarlo.
Se recuestan en la cama, con el torso levantado por las almohadas. Volkov se deja ir, y continúa llorando en su pecho.
Lo había extrañado tanto, y agradece que lo deje abrazarlo y expresarse en él.
No sabe que realmente es él quien le está haciendo un favor a Horacio. Si levantara la cabeza, podría ver las lágrimas acumuladas en los ojos del moreno. Él también lo ha extrañado.
Lo ha extrañado en cada uno de esos sueños que parecían ser eternos, incluso lo ha extrañado en aquél sueño donde Volkov era comisario, porque ese no era -su- Volkov.
No sabe que ese abrazo y esas lágrimas han sido la respuesta que necesitaba ante las ideas que llevan todo el día atormentándolo.
Él tampoco quiere dejar de ser -su- Horacio.
No quiere – y no va a – dejar a Volkov solo.
Él no necesita aliarse con su "padre" para ir contra el mundo, porque sabe que puede aliarse con Volkov si eso fuera necesario. No necesita al hombre que sólo se presenta para atormentarlo, y que lo manipula para su propio beneficio.
Todo lo que necesita lo tiene ahí, en la cama, abrazado a él y apoyado en su pecho.
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Volkacio Drabbles
Roman d'amourHola, aquí iré subiendo algunos escritos cortos que haga. Los reuniré todos en el mismo libro, ya que son demasiado cortos como para crear un libro por cada uno. Espero que les gusten. <3