Volkacio Drabbles

Self-destruction

—tw// sangre, asesinato, muerte.

†

Nuevamente las manos llenas de sangre, el contraste del intenso rojo con la palidez de su piel, la mirada perdida y la adrenalina corriendo por sus venas.

Había perdido hace ya tiempo el recuento de las víctimas, pero poco le importaba ahora. Se limitó a quedarse de pie, junto al cuerpo sin vida del alma inocente que había elegido en esta ocasión.

Esperó pacientemente su llegada. No sabe si fueron segundos, minutos, horas o días, pero finalmente lo vió entrar.

Venía vestido de negro, tan hermoso como siempre. La oscura capa de tela caía delicadamente por encima de sus brazos y la capucha adornaba elegantemente su cabeza.

Le regaló una sonrisa aliviada, que desentonaba completamente con la oscuridad de la piel bajo sus ojos y el acelerado palpitar de su corazón.

Recibió una mirada triste y al mismo tiempo cargada de amor, viéndolo aproximarse hacia él, cauteloso y coqueto, sintiendo una de sus manos acariciar con cuidado su mejilla.

El moreno sentía su corazón estrujarse en cada visita en la que se encontraba a aquél hombre de ojos grisáceos, viéndolo cada vez más destrozado, viendo como poco a poco todo rastro de cordura se iba desvaneciendo.

Se bajó la capucha, dejando relucir la plateada cresta que decoraba su cabeza, esa que combinaba tan bien con el bicolor de sus ojos y el canela de su piel.

-Víktor, ¿cuándo piensas parar? - susurró contra sus labios, haciendo que el ruso sintiera el roce de cada vocalización.

-Te amo - fue todo lo que respondió, rompiendo la corta distancia que quedaba entre ellos, rozando suavemente sus labios sin miedo alguno.

Era, como todos los que se daban, un beso cargado de sentimientos intensos y variados: tristeza, culpa, amor, alivio, alegría. Todo combinado en un único gesto que desde fuera podría parecer tan simple.

Sabía que lo que hacía estaba mal, sabía que estaba perdiendo la cordura, sabía que aquello terminaría por pasarle factura y que el precio a pagar sería muy alto.

Lo sabía, pero no le importaba.

¿Qué más podía hacer, si se había enamorado de la muerte?

†