Pintura

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El viento movió con delicadeza algunos mechones sueltos de la nueva cresta que acababa de peinarse.

La brisa fresca de la mañana trajo a su mente, una vez más, recuerdos que de vez en cuando deseaba que el tiempo borrara como pisadas en la arena arrastradas por el mar.

No porque fueran malos recuerdos, sino porque recordar lo que había perdido dolía incluso más de lo que le había dolido perderlo. La presión en su pecho era aún más grande de lo que había sido aquel día en el auto mientras se alejaba de todo lo que había vivido en aquella ciudad.

Y definitivamente dolía. Dolía recordar la nieve perdiéndose en las finas canas de aquel hombre, dolía recordar el ligero vaho siendo expulsado por los finos labios resecos por el frío, dolía recordar la palidez de su piel contrastar con el oscuro café que le ofrecía al despertar.

Pero lo que más dolía era recordar el ligero brillo en los grisáceos ojos que aparecía fugazmente cuando estaban a solas y luego se desvanecía ante la presencia de los demás.

Llevaba un par de años soportando las punzadas en el pecho que le ocasionaban sus recuerdos, intentando aliviarlas con los cálidos abrazos de su madre y los suaves besos que depositaba en su frente.

Había llenado uno de sus vacíos, pero había dejado otro en su lugar. Se preguntaba si realmente algún día lo tendría todo, si él, alguien que llegó sin nada, sería capaz de conseguir todo lo que deseaba.

Charlotte sabía que había algo mal con Horacio, sabía que no era realmente feliz, y no se culpaba por ello, pues si bien ella podía proporcionarle toneladas de amor y sanar con cuidado sus heridas, las cicatrices quemaban y nuevas heridas aparecían más rápido de lo que parecían sanar.

Tenía mucho que agradecerle, su estado mental había mejorado sin los varios sedantes que le proporcionaban en la clínica, aunque aún seguía tomando algunos medicamentos, recetados por el psiquiatra con el que su hijo solía llevarle una vez al mes.

Seguía haciendo algunas pinturas de sus recuerdos, o de imágenes que aparecían de manera repentina en su cabeza, encandilando su inspiración.

Esa mañana no había sido diferente de las demás. Había tomado sus pinturas después de que Horacio se fuera a trabajar, y con algunas brochas que éste le había ayudado a improvisar con mechones de cabello, comenzó a trazar finas líneas en el papel.

Tomaba con cuidado cada uno de los colores, remojando el pincel de vez en cuando en agua para limpiarlo. Siempre le había gustado apreciar la manera en la que el agua comenzaba a teñirse levemente, para después comenzar a mezclarse con los demás colores y tomar distintos tonos de marrón. Le parecía fascinante que nunca fuera exactamente el mismo tono el que resultaba después de cada pintura.

El agua se tiñó primero de un ligero tono durazno, para después mezclarse con un gris claro y finalmente opacarse completamente con un oscuro color negro. Sonrió al apreciar la pintura que había obtenido, en la que podía observarse un hombre al que millones de veces había visualizado en su mente, cada vez que escuchaba a su pequeño hablar de él con tanta dulzura.

Sus pequeños momentos de lucidez le permitían unir hilos, entendiendo lo mucho que Horacio había abandonado para partir con ella, deseando poder devolverle un poco de todo lo que él le había dado.

Tomó unos tablones delgados de madera que había por el suelo de su “hogar”, usando el pegamento blanco para unir unos con otros, formando una especie de rectángulo de madera, en el que acomodó lo mejor que pudo su nueva pintura.

Con los pinceles, escribió con cuidado en la parte inferior “Para Horacio”, teniendo que observar su pulsera con cuidado para deletrear correctamente el nombre.

Volkacio DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora