Capítulo 1

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Ivory trabajaba en la décima planta de una gran compañía. No era extraño que echase más horas extras que nadie, pero si alguien preguntaba no era dado a contestar que no había nadie en su vida para esperarle.

Un alfa de su edad sin un omega, o al menos un beta, era extraño.

Todos sus compañeros ya estaban enlazados, tenían unos cuantos cachorros, y varios amantes.

A Ivory los omegas no le interesaban lo más mínimo, tampoco lo hacían mucho los betas.

Por eso cuando un olor desagradable le inundó las fosas nasales miró la hora en su ordenador.

Eran las doce de la noche, y él seguía trabajando en su despacho. Las luces de su departamento estaban encendidas, y eso no era lo más común a esa hora.

El olor era horrible, y molesto se levantó de su silla dándose cuenta de que su cuerpo estaba completamente engarrotado.

No necesitó andar mucho para encontrar un carro de la limpieza y a un tipo de rodillas en el suelo frotando una mancha en la moqueta.

El olor venía de él, parecía exudarlo. Cuando la punta de sus lustrosos y caros zapatos entraron en el campo de visión del limpiador este alzó los ojos con rapidez.

El olor era desagradable, su rostro era todo lo contrario. De suaves facciones se dio cuenta de que estaba delante de un omega, un omega solo y con un olor extraño en él.

Y en pocos segundos un omega muy asustado y oliendo repugnante.

—Lo siento, alfa  —¿Estaba gimoteando? Odiaba a los omegas con toda su alma, eran tan débiles y patéticos. ¿Iba a llorar por estar haciendo su trabajo? — Pensé que ya no quedaba nadie.

Ivory bufó, intentó contener todo su desprecio, sabía de donde venía y hacía todo su esfuerzo por no dejarse llevar. Por eso, evitaba a los omegas.

—Obviamente, yo no me he ido  —arrugó su nariz—  ¿A qué mierda hueles?

Ahora temblaba, sinceramente, lo mejor era irse, era muy tarde, había un omega pestilente y al borde del llanto en su oficina y no tenía humor para lidiar con algo así.

Además no le contestó. Solo se quedó allí de rodillas como si Ivory fuera a agredirle.

Volvió a su despacho, cogió sus cosas y se fue de la oficina sin siquiera mirarle.

Le picaba la nariz, ¿cómo era posible que un omega oliera tan mal?

Los omegas no olían así, no los que él había conocido.

Solían oler a flores, a cosas dulces y empalagosas cuando estaban solteros; al olor ácido y picante de un alfa cuando estaban emparejados; y un tercer olor que era era mejor no oler, cualquier alfa que hubiera olido a un omega usado y sin marca, a un omega con crías y sin vínculo diría que olían a lo peor que lleva tu alma dentro.

Pero ese olor de ese omega jamás lo había conocido, por mucho que se alejó de él, le picaba la nariz del mero recuerdo.

Ivory no dormía mucho, no le gustaban los sueños que no podía controlar. Las dosis de cafeína en su cuerpo siempre eran elevadas, y a la mañana siguiente ya iba cargado de una buena cantidad.

Su humor no siempre era malo, pero si alguien tuviera que definirlo dudaba que usara la palabra feliz en cualquier caso.

Era bueno en su trabajo, quizás el mejor. Y con eso tenía más que suficiente.

Cuando entró en la oficina casi no había gente, el último en irse y el primero en entrar. Su amigo, su único amigo en realidad, Zec siempre se reía de él. Le apodaba el robot, a Ivory le traía sin cuidado, al igual que los omegas que Zec se empeñaba en querer meter en su vida.

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