Capítulo 11

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Dejé mi nueva pintura para secarla mientras sonreía y me alejaba, miré hacia donde sabía que estaba una de las ciudades humanas y llevé la mano hasta mi collar.

—Hora de ir.

Me acerqué al borde en lo que me tomaba quitarme el collar y lo guardé. Extendí mis alas y salí disparada de nuevo hacia allí, aquello siempre me hacía aparecer una gran sonrisa en el rostro. Me volví aquel pajarito de nuevo y volé por entre las personas. Me paré en un árbol y observé desde allí, tomé vuelo nuevamente y fui hasta uno de los puentes en un parque. Me paré en el borde, mirando el agua y las vistas que daba el parque. Era muy lindo...

—¡Te tengo!

Chillé adolorida y con sorpresa cuando un par de manos me atraparon. Una niña, seguramente de unos nueve años, me acerca a su rostro sonriendo ampliamente. Se gira hacia su mamá.

—¡Mira mami, mira! ¡Tengo un pajarito!

—Sí, es muy lindo cariño... pero ¿no crees que estaría mejor que lo liberes?

Sí, niña... hazle caso a tu madre.
Pero ella me aprieta contra su cuerpo, sin medir su fuerza.

—¡No, no! ¡Es mío ahora! ¡Yo lo agarré, es mío!

Me sacudía mucho y me apretaba, me dolían las alas que sería el equivalente a hacerme doler los brazos. Solté pitidos de ayuda hacia la mujer pero ella solo veía con ternura a su hija, la veía sonreír entonces eso la alegraba a ella. Mientras que yo... tenía miedo ser aplastada por esta niña.

—¡Ay! ¡Me dolió! —la niña me suelta de golpe cuando le piqué la mano con el pico.

Me soltó y yo caí bruscamente al suelo, al tener un cuerpo pequeño frágil todo es más alto y doloroso. Miré mi ala izquierda pero vi a la niña intentando atraparme de nuevo.

—No te asustes... solo quiero llevarte a casa.

¡Se veía aterradora! ¡¿Una niña de nueve años daba tanto miedo?! Me giré y salté hacia atrás, batí mis alas para irme pero un fuerte dolor en el izquierdo me hizo chillar y caer. Terminé en el agua, y siendo un pajarito no apto para nada, comencé a aletear tratando de no ahogarme. Ni siquiera podía transformarme en otra cosa porque.

—¡Mami, se cayó al agua! ¡Se está ahogando!

—¡No saltes, Kayla! Déjalo... Lo siento pero no podemos hacer nada para ayudarlo.

—¡Pero...!

Me estaba cansando, mi pequeño corazón estaba yendo muy rápido. Apenas podía respirar... Entonces escuché que alguien se me tía al agua desde la orilla, se acerca a mí, no podía verlo bien. Dejé de moverme cuando ya me había agotado por completo y sentí que solo flotaba con mi rostro hundido en el agua. Hasta que una mano, más grande, me sujeta y me saca del agua.

—Pobrecito... —lo escuché, una voz masculina.

Esa voz se me hacía conocida de alguna parte, no podía pensar ahora mismo de donde. Respiré agitada mientras sentía frío por recién salir del agua; el hombre sale del agua y agarra algo del suelo. Termina enrollandome a mí con este y pegándome a su pecho.

—¡Sí, lo salvaste! —escuché la voz de la niña.

—Que buen hombre, pero has terminado empapado... —comenta la mujer.

—Dame a mi pajarito —exige la niña y mi cuerpo empezó a temblar más.

Me escondí entre el abrigo del hombre, el que había usado para cubrirme del frío. Él parece ver aquello y termina suspirando.

—Se ve, herido... Lo llevaré a que lo revisen.

—¡No! ¡Dámelo! ¡Es mío!

—Por favor, ¿puede darle el pajarito a mi hija? Nosotros lo llevaremos a que lo atiendan.

—Lo siento, pero no puedo hacer eso —me sorprende a mí y a la madre e hija—. Pude ver claramente cómo su hija atrapaba a este pobre animal. No será buena idea dejar a un animalito tan pequeño con alguien como ella.

—¡¿Cómo se atreve?!

—¡Quiero a mi pajarito! ¡Dámelo!

La niña comienza a sollozar y hacer pataletas mientras la mamá se acerca e intenta arrebatarme de los brazos del hombre.

—Ese animal es para mi hija.

Antes de que me pusiera una mano encima, el hombre se gira y comienza a alejarse.

—Está herido, me lo llevaré.

—¡Mamá! ¡Haz algo, mamá!

La madre intenta calmar a su hija mientras que el hombre se aleja. Otras personas miraban y murmuraban, algunos hasta impidieron que la señora persiga al hombre que me llevaba. Yo suspiré cansada y me acomodé entre el abrigo. Salté en mi lugar cuando por accidente moví mi ala izquierda y eso me provocó mucho dolor.

—No te preocupes, pronto estarás mejor.

Aún no podía ver el rostro de aquel que me había ayudado. Sin embargo, seguía insistiendole a mi mente a que recordara donde lo había escuchado. No pude hacerlo hasta que llegamos a una veterinaria que también atendían pájaros.

—Buenas noches —saluda él entrando al lugar—. Una niña atrapó a este pájaro... parece que le hizo daño en el ala, ¿podría revisarlo?

—Oh, pobrecito... Por supuesto, puede encargárnoslo.

—Perfecto, gracias.

Me deja en manos de las doctoras y ellas me llevan dentro del consultorio. Si tuviera una oportunidad de soledad para transformarme e irme...

AMARISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora