06. Big Sweater

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La jornada de estudio por fin llegaba a su fin. Si bien para Merlina no era un problema o molestia estar en clases, lo único que quería era salir lo más pronto posible de estas, para poder ir a su habitación y ver a cierta dama rubia de hermosos ojos claros. Cabe aclarar que ella había salido antes, por lo que probablemente estaba en la habitación.

A este punto era muy obvio, y negarlo sería inútil: Merlina estaba profundamente enamorada de su mejor amiga. Aquel sentimiento, aquella sensación de enamoramiento que por tanto tiempo fue ajena a ella, ahora estaba presente en cada momento de su vida. Aquel sentimiento que repudió por tanto tiempo ahora le llenaba de alegría el corazón.

Estando a tan solo unos metros de la puerta de la habitación, su corazón empezó a latir con fuerza, y cierta sensación extraña conocida como "mariposas en el estómago" empezó a torturarla.

Con nerviosismo, giró el picaporte de la puerta, intentando mantener la compostura. Respiraba e inhalaba, pero los nervios no se iban.

Al abrir la puerta, se encontró con una escena tan tierna que le daban ganas de lavarse los ojos con sustancias químicas sumamente corrosivas.

Enid se encontraba en su cama, viendo su teléfono como de costumbre. Pero lo que había enloquecido a la de trenzas fue que la Sinclair llevaba su enorme suéter blanco con rayas negras, el cual obviamente había tomado sin permiso alguno.

Cuando la rubia notó su presencia, pareció algo alarmada, ya que creyó que la gótica la regañaría.

— Enid... ¿Qué haces con ese suéter? No lo he lavado en semanas, debe apestar a culo.

— No lo sé, me gusta como me queda y es tan grande que caen otras 3 personas más aquí. Es muy cómodo.

— No seas exagerada... — exclamó la Addams, entrando a la habitación y acostándose a un lado de su compañera.

— ¿Estás bien? No es común que vengas a acostarte aquí, y te encuentro menos cascarrabias de lo normal... ¿Me extrañaste, Meloncita?

Dios, que apodo más jodidamente empalagoso y cursi. Le encantaba.

— No. —Espetó sin más, acurrucándose entre las mantas de la cama. —Solo creo que tu cama es más cómoda que la mía.

La rubia sonrió. Empezó a acariciar las hebras negras de la contraria, deshaciendo sus trenzas y peinando su cabello.

— ¿Qué haces?. —Cuestionó algo molesta, fruncido el ceño — Ya te he dicho que no hagas eso, me gustan mis trenzas...

— Creo que te ves mejor sin ellas. —No sabía si sentirse alargada u ofendida con ese comentario — Tu cabello es hermoso.

"Tú eres mucho más hermosa"

Oh, por cierto. Compré un esmalte de uñas negro que creo que te quedaría muy bien, ¿me dejas probarlo en ti?

Merlina asintió embobada ante la belleza de su chica.

Quería beber ácido sulfúrico, para matar a todas las putas mariposas que revoloteaban en su estómago.

Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento la rubia tomó su mano con delicadeza y empezó a pintar sus uñas de aquel color negro brillante.

Aquel tacto ya no era suficiente para Merlina. Quería sentir su calidez más de cerca.

Quería tocar su cuerpo, sentir su cálida respiración en su rostro. Quería tener mucha más cercanía de la que ya tenían.

Quería besarla...

Dios... Ya se estaba pareciendo a sus padres. De tal palo, tal astilla.

— Cara mia.

No se cansaba de decir esas palabras...

— ¿Si?

Y ella no se cansaba de escucharlas...

— Te quiero.

No, no la quería. La amaba, y mucho más de lo que imaginaba.

Calidez | Wenclair AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora