Capítulo 17

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Resultó que el bote no había sido tan gran idea después de todo. A pesar de haber dormido la noche anterior no estábamos listos para partir. No tenía energías para nada, Clarisse tuvo fiebre en la mañana (su cuerpo aún intentaba acostumbrarse, no lo rechazaba pero algo así tiene sus pequeños efectos), y Chris estaba más que cansado, los brazos no le daban abasto u Tim no podía hacer nada por nosotros. Era el único que se sentía bien (de salud, claro) pero...No es suficiente cuando vas en un bote con tres personas más grandes y de mayor peso que tú (y en mal estado) e intentas remar un bote cuando solo eres un niño. Eso sin menciona el hecho de que aparte de unos binoculares que traía Tim en su mochila, no teníamos nada más para ver o saber qué tan lejos estábamos de tierras. Estábamos completa y absolutamente en el medio de la nada. Varados. Y el humor de Tim tampoco ayudaba mucho que digamos. Luego de salir del agua tras el accidente del avión, él sacó al animal de su mochila, el cual después expulsar el agua de su sistema salió corriendo y se internó en la isla. Tim lo buscó por todos lados pero el gato no apareció. Ahora no hacia más que ocuparse de nosotros y además de decirnos cómo nos encontrábamos, lo que necesitábamos, y mirar por los binoculares, no hablaba ni hacia nada más.

Me estaba quedando dormida, con la cabeza apoyada sobre la mochila, mirando lo único que había a nuestro alrededor. Agua, y más agua. Era pasado del mediodía y ya habíamos perdido de vista la pequeña isla de la que partimos, y ahora...Bueno, estábamos en el medio de la nada.

– ¿Lo extrañas? –pregunté de repente.

– ¿El qué?

– Correr.

Estábamos en la orilla del lago, no quería entrenar así que le pedí a Ivan si solo por este día podíamos hacer nada e ir a un lugar tranquilo. Lo que quería en realidad era salir del campamento, pero Quirón no iba a darme ese lujo. Me cruzara con cualquiera, ya sea mestizo, sátiros, ninfa, etc., siempre recibía la misma mirada. Lo detestaba tanto que hacia que odiara Afrodita por lo que le había echo a mi madre y por lo que y, desgraciadamente, había heredado. Esa mirada de compasión, de sentir lástima por la pobre chica que estaba condenada a morir. Estaba acostumbrada a que les de lástima a las personas pero esto era muy distinto.

Después de un momento en silencio, respondió.

–Más que nada. –no respondí. Esperé a que continuara, hablar de su vida era mejor que pensar en mí. –Sabía que lo que hacia estaba mal, pero no se sentía así. Desde que aprendí a conducir supe que eso era lo mío. Correr. Pero había algo más. Cuando corríamos en las calles la adrenalina y la euforia nos invadía por igual a todos. Solo cuando corríamos nos sentíamos vivos. Éramos nosotros. Era yo sintiéndome...libre. Creo que eso era lo mejor. Cuando corríamos éramos libres y nada nos detenía; -tenía la mirada perdida, sumida en sus recuerdos –Aunque, supongo, que en parte lo hacia por tener atención. No de mi madre, sino por mi padre. Aquel que no conocía entonces pero no por estar aquí lo conozco mejor. –agregó sin emoción. Lanzó una piedra al lago que rebotó tres veces.

Fruncí el ceño ante aquello. – ¿Jamás has conocido a Ares?

–Él no es lo que se dice un padre  fraternal. O un dios, viniendo al caso. Clarisse lo ha visto, y alguno que otro de mis hermanastros pero no todos lo conocemos. Y visto por lo que comentan, Ares es alguien... difícil con quien tratar.

 –Me sorprende que tú no seas así. –comenté. Ivan sonrió.

–Lo era. Antes del campamento. Cuando conocí a mis hermanos, me di cuenta de que no quería ser así. El temperamento de ellos es lo que los caracteriza como hijos de Ares. Lo que me señalaba a mí como uno. ¿Por qué iba a querer ser como mi padre, cuando nunca lo conocí?

La Flecha de la DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora