Capítulo 4

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CAPÍTULO 4

La cena transcurría muy tensa. Todos estaban en silencio, y solo hablaban en murmullos.

Podía sentir el peso de sus miradas. Y escuchar sus murmullos:

-¿Hija de Artemisa?

-Es imposible.

-Y creían que cumpliría su palabra por toda la eternidad. ¡Já! (este fue un comentario de la mesa de Afrodita)

-¿Creen que sea cierto?

Hija de Artemisa. Eso era completamente imposible.

Ella…ella es una doncella. Juro serlo por siempre. De entre todas las personas, bueno deidades, Artemisa jamás fallaría a su palabra. Los mitos podían dar fe de eso.

Ella intentó advertírmelo. En mi sueño. O al menos intentó decirme algo.

Dejé mi plato sin terminar, y me fui con el poco orgullo que me quedaba.

Recogí mis cosas en la habitación de huéspedes, y me fui directo a mi cabaña.

No entendía como podía ser su hija. Tenía que haber una explicación, Bea tenía que saberlo. Pero no quería hablar con ella, no quería hablar con nadie.

Ivan me encontró a me camino de la cabaña.

-¡Allison! ¡Allison, espera!

-¿Qué quieres, Ivan?

-Solo quiero hablar contigo.

Genial. Pero yo no quería.

-Solo déjame sola.  –le pedí.

-Allison. –dijo.

Lo dejé atrás.

← * →

La cabaña era sencilla, pero hermosa. Había unas cuantas camas perfectamente hechas, de las cazadoras imagino. En el techo habían estrellas pintadas, bueno tal vez no estaban pintadas porque brillaban de una manera que te hacía pensar que eran de verdad. De hecho con el fondo oscuro, realmente parecía el cielo nocturno. El baño no tenía mucho lujo, lo normal.

Una de las camas estaba más alejada de las otras, casi en una esquina.

Escogí esa, supongo que porque parecía tan fuera de lugar así aislada, como yo ahora mismo. De hecho, era como si la hubieran puesto ahí a último momento.

Me sentía sola. Sé que no lo estaba. O al menos, esperaba no estarlo. Apenas había hablado con alguien en este Campamento…Ivan, Quirón, Will, Clarisse…no creo que ellos me consideren su amiga, no aún.

Eran las cinco de la mañana, y yo aún estaba despierta. No había podido dormir en toda la noche, y todavía no amanecía.

Comenzaba a llenarme la cabeza de pensamientos tristes e hirientes, tal como lo había hecho cuando era más chica. No quería hacerlo. Ellos solo venían a mí, eran recuerdos.

Decidí salir a correr, no creo que le molestará a nadie. Todo el mundo debía dormir aún en el Campamento. Y era eso, o quedarme tumbada en la cama bajándome el autoestima.

Cuando salí de la cabaña, pude ver un par de arpías a lo lejos. Quirón me prohibió salir en la noche de la cabaña por ellas, no quise tentar mi suerte pero aún así corrí hasta el bosque.

La Flecha de la DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora