Capítulo 19

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Tuvimos que irnos de la posada (no solo porque estábamos justos de tiempo) tan rápido como pudimos, sin ver ni saludar a nadie, no pudimos darle las gracias a Lena por la comida y las habitaciones. La razón era que ''misteriosamente'' y por un ''milagro'' el hijo de Lena de pronto dejó de sentirse mal, y se lo veía más vivo que nunca. Nadie sabría nunca como pasó, excepto él. Suponiendo que recordara algo, claro. Y si lo hacía, nadie nunca encontraría a la chica que él había visto. Bueno...nuestra llegada en medianoche y nuestra pronta ida daría mucho que decir, pero no importaba cuantas preguntas se hicieran o cuanto sospecharan de los cuatro jóvenes, no nos encontrarían y el muchacho de Lena tendría la vida que había estado a punto de perder.

Clarisse no me habló desde entonces. Se limitaba a asentir, o asentir y gruñir, o solo gruñir. Comprendía su enojo, después de todo, era yo quien lo había causado. Pero comenzaba a ser irritante. En un momento, cuando Clarisse comenzó a rezagarse me acerqué hasta ella y le solté:

–Estás siendo injusta conmigo, sabes bien que no tenía elección.

Me fulminó con la mirada. Normalmente, no me importaría si hubiera sido otra persona pero Clarisse no solo te fulminaba, ella te hacia sentir como el insecto más pequeño del mundo.

–Siempre hay elección, Allison. Aceptas lo que elegiste y vives con las consecuencias. Pero, ¿adivina qué? Yo no he elegido nada, así que no tienes derecho de recriminarme por tratarte así. Podría perdonarte cualquier cosa, Allison, pero jamás, jamás te perdonaré esa promesa. ¿Entiendes?

Estaba furiosa. Más que furiosa, se sentía traicionada. Y con buena razón.

Suspiré. Sabía que sería difícil para ella pero era necesario, ¿por qué no podía verlo?

–Bien. No quieres perdonarme, entonces no lo hagas. No hice esto por mí, lo hice por ti. Para protegerte.

Soltó un bufido. –¿Protegerme? ¿En serio, Allison? He estado en cruzadas más complicadas que ésta. ¿Por qué estoy aquí? Dime. ¿Por mi hermano? ¿Por ti? ¿Para verte morir? –según Zeus, pensé, para estar ahí cuando ya no pueda levantarme, cuando mis fuerzas fallaran, ellos serían mi escudo. Pero Zeus no estaba aquí, tal vez ya ni siquiera esté en la posada, y las cosas no siempre pasan como uno cree. Di un paso hacia ella pero me fallaron las piernas. Genial, Zeus resulta estar en lo cierto, al menos por ahora. – ¿Allison? –preguntó Clarisse, su voz había perdido todo rastro de ira. – ¿Es por él, verdad? El chico de la posada.

–Sí. –murmuré. –No puedo seguir así, hay que avanzar. –Me costaba respirar, el aire se sentía caliente. <<Caliente>>. Comenzaba a acostumbrarme a la sensación que me producía la maldición de Afrodita, tanto que hasta cierto punto se sentía...como algo normal en mí. Hasta ahora.

Acostumbrarme a ella no significaba que no me estuviera afectando, seguía haciéndolo y es ahora, cuando me cuesta respirar, que me doy cuenta lo mal que me encuentro realmente. No es que no fuera consciente de eso antes, siempre supe que cada vez estaba más débil, es solo que solo ahora parece ser imposible de ocultar. No hay fingimiento. Ya no puedo ocultar el dolor físico interno con una sonrisa o con un gesto despreocupado. Ya no tengo las fuerzas para hacer eso. Y ahora ellos lo saben. Son capaces de ver que tan mal me encuentro...Y sin portar qué, no hay nada que puedan hacer para ayudarme, les he vetado esa oportunidad.

Clarisse intentó tomarme del brazo para ponerme en pie pero cuando me tocó se alejó de golpe, y maldiciendo.

–Estás ardiendo. –dijo.

No era capaz de sentirlo, sin embargo. Como dije, me había acostumbrado a ese fuego interno que me estuvo acompañando desde que dejamos el campamento. Solo el aire me era irrespirable de lo caliente que se sentía en mis pulmones cada vez que tomaba una bocanada de aire.

La Flecha de la DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora