Parte 10

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10 A.

Lo bueno de empezar la escuela una semana antes del Día del Trabajo es que,después de sólo cuatro días de clase, te espera un fin de semana largo. No hay tiempo de caer en la rutina, y sabes que la semana siguiente también será corta. Así que estás, no sé... desubicada.
Al menos yo lo estaba. Si fuera normal y tuviera vida social, habría estado tan contenta como cualquier otra chica de no tener clase al lunes siguiente. En lugar de eso, me vi arrastrada a nuestro peregrinaje de culpa mensual para ver a mi abuelo. Bien pensado, nunca había sido como cualquier otra chica.

-Stephie, cariño.
Antes incluso del incendio, el abuelo MacAllister -el esposo de mi abuela loca, la obsesa sexual- era igual que una gárgola, con su nariz picuda y los ojos brillantes como botones negros. Ahora la mitad izquierda de su cara colgaba flácida, como cera derretida, debido a un derrame que había sufrido en la unidad de cuidados intensivos. La buena noticia era que, la mayor parte del tiempo, no sabía quién era yo. Me confundía con la abuela Stephie, con la tía Betsy -la hermana de mi madre que, sabiamente, se había mudado a Inglaterra y nunca venía a casa- o con una mujer llamada Helen, a la que nadie conocía. (Viendo la mirada lasciva de mi abuelo, me alegraba de no conocerla.) El hecho de que a veces el abuelo pensara que yo era su mujer -la madre de mamá- ponía a mi madre de los nervios.

-Stephie, ¿me has traído el cartón de Camel que te pedí?-Papá... -dijo mi madre cansinamente. Alzó la vista desde el alféizar en el que estaba apoyada con su Crackberry, revisando las facturas de la librería. No entiendo por qué se molestaba en llamar «visita» a lo que hacía.

-Mamá está muerta. Ésta es Katniss... Tu nieta.

-No me digas qué es qué, Betsy. Los labios del abuelo se fruncieron en un puchero húmedo, rollizo y melancólico. Un hilillo de baba le caía permanentemente del lado izquierdo de la boca. ¿Crees que no reconozco a mi propia esposa? -Te lo he dicho muchas veces -intervino mi padre, que permanecía de pie en el umbral de la habitación del abuelo, fuera porque el aire era mejor allí o porque le resultaría mucho más fácil salir disparado-. Tienen que subirle la medicación. Mi madre lo ignoró.

-Soy Emily, papá. Betsy vive en Greenwich y mamá está muerta, ¿te acuerdas? Se ahorcó en un hotel.

-¡Cómo no iba a saberlo!
El semblante del abuelo se ensombreció y sus dedos nudosos tiraron de unpliegue carnoso de la papada. El abuelo era el típico granjero de Wisconsin. De las muchas y variadas... eh... formas de vida a las que se tiraba mi abuela, nunca escribió sobre su marido. Puede que, cuando la abuela era joven y famosa y todavía eran ricos (antes de que el abuelo se fundiera el resto bebiendo y apostando), fuera un tipo bastante decente. Cuando se conocieron, ella tenía veinticinco años; él pasaba de los cuarenta, había enviudado una vez y ya le daba a la botella. Así que tal vez la dejara demasiado tiempo sola, no se la tirara con frecuencia, prefiriera su botella de vodka a ella...
No lo sé. Si no se le levantaba, la abuela debía de sentirse aliviada. El caso es que, desde el derrame, la mezquindad del abuelo había ido saliendo a la luz, como si la piel de su máscara estuviera mudando, dejando sólo la serpiente.
-Dejó todo hecho una maldita porquería para que la lavaran otros, como siempre hacia. Apuesto a que las camareras tardaron varias semanas en sacar la peste de su mierda de la alfombra.

-Ya te lo he dicho. -Mi padre se balanceaba adelante y atrás sobre los talones-. La medicación. Mamá lo fulminó con la mirada. ¿Podrías callarte? No estarías así si fuera tu padre.

—Mi padre nunca será como él. El abuelo me miró bizqueando.¿Qué les pasa a estos dos, Stephie? –No lo sé, Max le contesté. Katniss, te agradecería que no hicieras eso dijo mamá.

—Oh, ¿qué tiene de malo? replicó papá. ¿Crees que dentro de cinco minutos lo va a recordar? –Es poco respetuoso señaló mamá.

—Como si tu padre hubiera sido respetuoso alguna vez...

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