Parte 37

38 6 6
                                    

37: A.

—¿Dónde está Danielle? El señor Mellark puso los brazos en jarras. Sus palabras cabalgaban sobre nubes de aliento que el viento se llevaba.
—Empezamos dentro de cinco minutos. No me digáis que aún se está cambiando. El resto de chicas nos agrupamos con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta de calentamiento, dando saltitos para entrar en calor. Ese martes, a una semana de Acción de Gracias, nos encontrábamos en Wasau para correr la última competición de cross de la temporada. El campeonato regional se celebraba después de Acción de Gracias, y el estatal durante la semana siguiente. Hacía muy mal tiempo y la temperatura sobrepasaba en un grado el punto de congelación, algo bastante habitual en el norte de Wisconsin en esa época del año. Una fina capa de nieve cubría el suelo helado. El hombre del tiempo pronosticaba entre quince y veinte centímetros de nieve, y todo el mundo opinaba que el invierno llegaría pronto y sería largo y duro. El viento era constante y en el ambiente flotaba un ligero aroma metálico. Las ráfagas atravesaban silbando mi ropa y se me clavaban en los huesos. Intenté mantener el calor, pero sentía cómo los músculos se tensaban. Necesitaba ponerme en movimiento.

—Iré a buscarla.
El señor Mellark asintió con brusquedad, y corrí dejando atrás a los grupos de padres que se acurrucaban para protegerse del frío (los míos no; papá nunca venía averme y mamá estaba trabajando como una posesa). David y otro par de novios Incondicionales también nos habían acompañado. Al pasar por su lado de camino al vestuario visitante, David me dirigió una mirada inquisitiva, pero yo me limité a encogerme de hombros y... ¿Qué, cuál es el problema? ¿El pobrecito Bob se ha enfadado? Espera un momento... ¿Katniss se ha saltado un mes? Bueno, ¿qué esperabas, Bob, que te lo contará con toda clase de detalles? ¿Minuto a minuto? Dios, de verdad, eres un pervertido.
Está bien, lo diré en pocas palabras: sí, la competición tuvo lugar un mes después. Había participado en otras tres desde... desde «antes». (No pretendo ser evasiva, esque sencillamente no creo que sea asunto tuyo.) No lo había hecho mal: quedé tercera en la primera carrera y segunda en las dos siguientes. El hecho de que me uniera al equipo parecía haber espoleado a Danielle. Quizá era lo que el señor Mellark esperaba; si estaba en lo cierto, había funcionado. En las tres últimas carreras, Danielle lo había dado todo. Pero pronto podría alcanzarla, y lo sabía. Sus marcas no eran demasiado buenas y, cuando entrenábamos en la cinta, yo era capaz de correr un kilómetro y medio en cinco minutos y ella no. Además, se había vuelto más hosca y poco comunicativa. En el vestuario —sí, yo seguía cambiándome de ropa en el baño para discapacitados—, había oído que estaba al borde de la ruptura con David y que su hermano mayor, que estudiaba en la universidad local y había empezado a ir a recogerla a los entrenamientos, se había encontrado cara a cara con David hacía algunos días. No me costaba creerlo. Por el modo en que se comportaba su hermano —interponiéndose entre ella y cualquier otro tío, incluido el señor Mellark cuando sólo estaba entrenando—, cualquiera hubiese podido confundirlo con su novio. Ese tipo de cosas. Pero después de que me uniera al grupo, habíamos empezado a obtener buenos resultados. Mis compañeras de equipo estaban entusiasmadas porque, después de todo, era probable que llegáramos al campeonato regional, e incluso al estatal. Elseñor Mellark —Peeta— estaba exultante, y yo también. Sabía que el hecho de conseguir el primer puesto, no sólo en nuestro equipo si no también en las carreras, era sólo cuestión de tiempo. Por él.Lo cual no me había granjeado precisamente la simpatía de Danielle, que ahora tenía todavía más razones para odiarme y...

Ah, espera. Lo sé. A ti no te importa Danielle, ¿verdad, Bob? Te estarás diciendo:«¿Por qué pierde el tiempo con Danielle, por qué no va al grano, a lo que realmenteme interesa? ¿Dónde está lo bueno?».¿Pues sabes lo que te digo, Bob? Que te jodan. Ésta es mi historia, así que tendrástque aceptarlo. Está bien. Ya que preguntas, te contaré algo...

Sí, Peeta y yo nos veíamos casi todos los días, y no me refiero sólo a vernos de «ese» modo, aunque... sí, de «ese» modo también. ¿Y sabes qué, Bobby?Era maravilloso. Mágico. Un cuento de hadas hecho realidad y lo mejor que me había pasado nunca, y eso no me lo puedes quitar. Sé que te está matando; que querías otro tipo de historia, pero no lo es y...
Vale, deja que tome aire.
Peeta y yo nos veíamos casi todos los días, la mayoría de las mañanas y despuésyde las clases, pero muy, muy tarde, cuando todos se habían marchado a casa. Yo estudiaba en la biblioteca, preparábamos el laboratorio para el día siguiente... Sí: pormás que te sorprenda, también trabajábamos. Además, estaban los entrenamientos, los ejercicios de preparación física, ese tipo de cosas. Éramos extremadamente cautelosos y siempre nos asegurábamos de dejar las puertas abiertas y la música encendida, y por lo general había otros chicos. Como si no tuviéramos nada que esconder. Aunque a veces su mano rozaba mi brazo y una descarga me subía por el pecho. O nuestras miradas se cruzaban y yo notaba cómo el calor me trepaba por el cuello y se extendía por mis muslos, y tenía que apartar la vista. Al terminar el trabajo o elentrenamiento, y para que todo el mundo viera que nos marchábamos por separado,acostumbrábamos a salir cada uno con su propio coche. Luego volvíamos aencontrarnos: para cenar, tomar un café...

Respira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora