Parte 23

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23: A.

El doctor Kirby se apartó bruscamente, como si el contacto con mi piel lo abrasara.

—Oh, hola —dijo.—¿Qué está pasando aquí? La mirada del señor Mellark voló del doctor Kirby a mi rostro y luego al suelo, donde los botones de mi blusa estaban esparcidos como las cuentas de un collar. Su expresión mudó, pasando de la sorpresa a la comprensión y luego a una furia negra.
El doctor Kirby también se dio cuenta.

—Estaba a punto de marcharme —dijo mientras se abría paso como un matón y se lanzaba en dirección a las escaleras—. Katniss, despídeme de tus padres, ¿de acuerdo? —¡Eh! —le llamó el señor Mellark mientras el doctor Kirby bajaba al vestíbulo. Luego se dirigió hacia la escalera—. ¡Eh!Por fin encontré un hilo de voz.
—Señor Mellark, yo...
—Quédate aquí, Katniss, ¡tú quédate aquí! —chilló antes de lanzarse escaleras abajo tras el doctor Kirby. Les seguí. Cuando llegué al recibidor, el señor Mellark ya había alcanzado la puerta principal. Oí gritos. La cocinera salió como una exhalación de la cocina, envuelta en la blanca ráfaga del delantal. —¿Qué...? —empezó a decir. —¡Avisa a mis padres! ¡Consigue ayuda! Y yo también crucé la puerta principal.
El doctor Kirby se tambaleaba dando bandazos, resbalando y patinando sobre la grava del camino de entrada. Era más rápido de lo que yo pensaba, y tal vez habría alcanzado su coche si el señor Mellark no fuera tan buen corredor. En seis zancadas, le cerró el paso y arremetió contra él; lo cogió por el cuello y lo hizo girar como si fuera un fardo de ropa sucia. El doctor Kirby gritó sobresaltado y se volvió amedias, con los brazos abiertos como aspas, pero el señor Mellark era más fuerte. Lo estampó contra una furgoneta y los pies del médico perdieron el contacto con el suelo. El vehículo se balanceó y la alarma empezó a emitir un agudo chillido; el doctor Kirby gritaba una nota sostenida mientras braceaba contra el señor Mellark, intentando dar en el blanco. Éste le agarró de las solapas y luego empezó a insultar y a golpearlo contra el mono volumen una vez, dos...
—¿Qué diablos...? —maldijo alguien mientras pasaba junto a mí como un cohete: mi padre.
No sabía que pudiera moverse tan rápido. En un segundo, él y otros hombres agarraron al señor Mellark por los brazos y lo arrastraron lejos del doctor.

—¡Déjalo, déjalo, deja...!Podría decirse que aquello puso fin a la fiesta.

Más tarde —después de que el doctor Kirby notara que tenía el labio partido y empezará a amenazar con demandar al señor Mellark, después de que mi padre fuera a buscarle hielo, después de que los invitados se dispersaran hacia sus coches—, los adultos se reunieron en el estudio de mi padre y hablaron durante veinteminutos. Yo esperé en la cocina y contemplé cómo el personal del catering limpiaba platos hasta que mi padre me hizo llamar. Su estudio está forrado con paneles de roble y cuero rojo, de los que cuelgan diplomas enmarcados y fotos, y estanterías que llegan hasta el techo atestadas de volúmenes encuadernados en cuero que nunca ha leído. La habitación huele al aceite de naranjas con el que la chica de la limpieza pule la madera.
Mi padre estaba sentado tras el escritorio, un mueble antiguo y gigantesco de caoba, como los que usa el presidente. El señor Mellark y el doctor Kirby estaban sentados en en dos sillones que mi padre reservaba para las visitas. Meryl y mi madre permanecían en un pequeño confidente, a un lado. Mi madre se retorcía las manos y tenía la piel tanpyálida que parecía que se hubiera perfilado los ojos con rotulador. A Meryl sólo se la veía indignada.
El señor Mellark se puso en pie cuando entré. La sombra rojiza de un moratón manchaba su mejilla izquierda, pero nadie se había preocupado de traerle hielo.

—Siéntate aquí —me ofreció.
—Está bien así —dijo mi padre. El señor Mellark le dedicó una mirada escrutadora y se encogió de hombros, pero siguió en pie y se acercó un poco a mí. Tras una incómoda pausa, mi padre me preguntó en tono de enfado:
—Katniss, ¿tienes o no tienes el dinero que te ha dado el doctor Kirby? Los cien dólares. Los había olvidado por completo.
El billete seguía arrugado en el bolsillo del pecho. Asentí.

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