Parte 49

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49: A.

Tuve que tragarme primero la previsión del tiempo, comentada por un tipo obscenamente alegre llamado Brian que pronosticaba frentes de frío ártico y más nieve para la semana siguiente. Los presentadores intervinieron en el acto, planteando preguntas absurdas cuyas respuestas ya conocían: «Brian, seguro que hay un montón de amantes de las motos de nieve ansiosos por que llegue. ¿Qué puedes decirnos de los lagos y los ríos?». Y daban paso a Brian para que pudiera advertirnos sobre la engañosa apariencia del hielo y los peligros que entraña pisar capas demasiado finas, bla, bla, bla. La tienda de mamá era la noticia principal. Mostraron imágenes aéreas del incendio —un enorme y turbulento infierno— y luego otras tomadas a nivel de tierra; desde ambas perspectivas, se percibía que no quedaba más que un esqueleto carbonizado. Lo único que había salvado los otros locales de la manzana eran el frío y la nieve derretida que había mojado los edificios vecinos e impedido que ardieran. La noticia sobre Danielle y David venía a continuación. Escuché con atención, intentando serenarme. Creí entender que David había recogido a Danielle en su casa el miércoles y luego ambos habían desaparecido. Sencillamente, se habían desvanecido. Los reporteros habían deducido la posibilidad del pacto de suicidio apartir de las palabras de una de las amigas de Danielle —la reconocí de la escuela—,quien explicó que Danielle le había comentado que tal vez no regresara después de acción de Gracias. —«La policía ha interrogado a profesores y alumnos del instituto Turing en busca de cualquier información que permita dar con los adolescentes desaparecidos. Aunque es demasiado pronto para especular sobre su paradero, fuentes anónimas han revelado a Canal 4 que la señorita Conolly efectuó una llamada a los Servicios de Protección al Menor hace sólo dos semanas. Según se informa, renunció a presentar una queja específica». Entonces el señor Connolly apareció en pantalla, de pie ante la puerta de su casa.—«Todo lo que tenemos que decirle a Danielle es: "Cariño, te queremos; vuelve a casa, podemos solucionarlo"».Gritos de los periodistas congregados. Capté unas palabras: «alegaciones de abuso».
—«Sin comentarios» —contestó el señor Connolly con el semblante gélido de un abogado. Nuevo plano de los presentadores.

—«Los Servicios de Protección no quieren hacer declaraciones. La policía está llevando a cabo sus investigaciones. En otro ámbito de cosas... Otra brillante, helada y cruelmente hermosa mañana. Apenas había tráfico de camino a la interestatal, así que avancé con rapidez. Alcabo de cincuenta minutos me hallaba a sólo cuatro salidas de casa de Peeta. Cuando recogí mi mochila en la unidad de quemados, comprobé que había cinco llamadas suyas en mi móvil. Mientras conducía, me había llamado dos veces más, pero seguí sin responderle. Necesitaba calcular el tiempo con exactitud. No le estaba evitando, pero no quería que llegara antes que yo. Appleton estaba a sólo cuarenta minutos de su casa, veinte si se daba prisa. Y estaba convencida de que lo haría. Mi móvil volvió a vibrar. Un mensaje, esta vez. Bajé la vista: «Cógelo». Cinco segundos después, sonó y yo contesté. —¿Qué? —¿Dónde estás? —La voz de Peeta sonaba controlada, pero percibí su impaciencia.

—En el hospital.
—No, no estás allí. Me han dicho que te marchaste hace casi una hora. No dije nada.—¿Dónde estás? —En mi coche. —¿Vas hacia tu casa? Respiré hondo.

—No. Le concedí un momento para que hablara, pero todo lo que obtuve fue un silencio.
—¿Cuántas mentiras más me has contado? —continué—. No tienes un hermano. No tienes una hermana, y mucho menos tres. Estás en Appleton.

—Porque Kathy me llamó y me dijo que quería verme. Ella bajó desde Minneapolis y yo subí.
—¿Has estado alguna vez en Madison? Silencio. —¿Peeta?—Katniss. Frustración.

—Cariño, no lo entiendes. Puedo explicártelo.

—Estoy escuchando.

—No. En persona. Necesito verte.—¿Por qué? —pregunté—. ¿Para que puedas matarme igual que hiciste con Danielle?Un silencio largo, larguísimo. Y luego: —¿Qué? —Su desconcierto parecía genuino—. ¿Qué? ¿De qué estás hablando? Katniss, ¿qué estás diciendo?—Estabas tan furioso como para matarla. Eso fue lo que dijiste.

—Era una forma de ha...
—¡Estaba en tu casa! ¡Contestó al teléfono! ¡Y también en nuestra cabaña! —grité—. ¡La he visto! Pero ahora ya no está, ¿a que no? Se habrá marchado, porque te esperaba. Conocía el lugar, ¡y la única forma que tenía de saberlo es que tú la hubieras llevado allí!

—Oh, Dios mío. Piensas que...
—aspiró con fuerza—. Katniss, cariño, Katniss, no, no es así. No lo entiendes.

—¡Deja de decir eso! Lo entiendo muy bien, y cuando encuentre la prueba, ¡cuando la encuentre...! Creo que le oí gritar mi nombre, pero pulsé el botón de finalizar llamada. El móvil empezó a sonar de nuevo al instante, pero lo ignoré. Cuando aparqué en el camino de entrada de la casa de Peeta, llevaba diez minutos sin sonar. Estaba segura de que ya había subido a su coche y se dirigía a casa, pero le llevaba ventaja. Lo último que hice fue marcar el número que leí en una tarjeta de visita. El timbre sonó una, dos veces, y entonces: Detective Pendleton.

—Soy Katniss Everdeen. Te di la dirección y añadí:—Venga rápido. Y dejé el móvil encendido en el asiento delantero. Te oí maldecir, Bobby, pero no podía dedicarte más tiempo. Aunque he visto suficientes capítulos de CSI y NCIS para saber que no tardarías en encontrarme.

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