Parte 20

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20: A.

La gran Oktoberfest de mamá era el sábado, y me venía de perlas tener toda la semana siguiente de vacaciones para recuperarme. La fiesta había sido una idea, en sus tiempos, de la loca de mi abuela Stephie. Al principio era algo serio, el equivalente en Wisconsin de la mesa redonda del Algonquin; sólo que, en lugar de escritores famosos, críticos literarios y actores que se reunían para comer en un restaurante chic de Nueva York, despellejar a sus amigos y beber hasta el estupor, la abuela cultivaba la amistad de barones de la cerveza, magnates navieros y propietarios de canteras de las que se extraía arenisca. Básicamente, cualquiera lo bastante forrado como para hacer el viaje hasta el lago Superior disfrutaba de un finde semana de bebida, atracones, cotilleos y coqueteo general, a cambio de codearse con tipos de Nueva York y Chicago con pinta de escritores y desembolsar una considerable suma de dinero para comprar libros al mismo precio que en la librería. Un buen trato para todos. Cuando mamá se hizo cargo de la tienda las fiestas continuaron, pero redujeron su escala y se trasladaron al sur: primero a nuestra antigua casa y ahora a la megamansión. Invitaba sobre todo a autores de la región, la mayoría desconocidos. Mamá suministraba los libros e invitaba a un montón de clubs de lectura y a un grupo de gente, en su mayoría pretenciosa y preferiblemente adinerada, a la que le gustaban(o fingía que le gustaban) los libros y los comentaba (o fingía comentarlos). Pero casi todo el mundo iba por la comida y la bebida gratis. El único problema es que la librería llevaba años perdiendo dinero con la fiesta, sobre todo porque la gente venía a comer y a beber, y ya no se llevaba los libros acarretadas como solía hacer antes. Así que, como un reloj, la mañana siguiente mis padres discutían sobre cuánto dinero había perdido mamá y la poca repercusión económica que tenían las fiestas y bla, bla, bla. Papá siempre amenazaba con retirarle su apoyo hasta que mamá se arrastraba lo suficiente y la discusión se postergaba hasta el año siguiente. Mi tarea era siempre la misma: recibir y dar la bienvenida; luego subía penosamente las escaleras cargada con los abrigos, bajaba, circulaba entre la casa y el patio, donde papá mantenía el fuego encendido, y en general, me mostraba encantadora.
Tenía un stock de respuestas estándar que me había aprendido al dedillo: «Bien, trabajando mucho, he pensado en matricularme en una universidad del este, puede que en Medicina, pero la verdad es que aún no lo sé». La mayoría de los invitados eran personas a las que conocía desde hacía años, así que no me importan; lo que sí me gustaba era escuchar a algunos de los escritores. Bueno, a la mayoría. Nate Bartholomew era aún más atractivo que en la fotografía de la sobrecubierta de su libro. A juzgar por las caras de adoración de un montón de mujeres —y un par de amigos de Evan—, iba a salir de allí con un grupo completo de nuevos fans. Hablo de Sandlot Blues y de la película y de cómo las estrellas protagonistas y él habían idoa jugar un partido de golf en pleno invierno. Mamá se sentó en la primera fila con una sonrisa radiante. De vez en cuando, los ojos de él se cruzaban con los de ella y puedo jurar que mamá se ruborizaba. Al posar para las fotos, la abrazó para estrecharla contra él más de lo estrictamente necesario. Más tarde, ella se quedó cerca mientras él firmaba autógrafos, para asegurarse de que tenía suficientes bolígrafos, un vaso de agua y cualquier otra cosa que necesitara, lo cual era habitual. Quiero decir que hacía lo mismo con todos los escritores, pero advertí que se reía mucho con las bromas de Nate y le ponía la mano en el hombro. Pensé en la noche en que mamá no estaba en la tienda, cuando dijo que Nate Bartholomew y ella habían salido a tomar unas copas. Ahora me preguntaba si aquello era todo lo que habían hecho.
Así que observé atentamente mientras Bartholomew le susurraba algo a mi madre al oído y ella se sonrojaba. Tenía los ojos brillantes.

Oh, sí. Oh... sí.

Al cabo de unas cuatro horas, me escapé. Los invitados estaban comidos y bebidos, y puesto que yo no era la atracción principal, nadie se dio cuenta de que me escabullía en la casa. Subí las escaleras pensando en la suerte que tenía de haber vuelto a correr —yo sola, sólo para descargar tensión, y no, Bob, no pensaba en el señor Mellark mientras lo hacía—; de otro modo, después de tanto ir arriba y abajoy de un lado para otro, a esas alturas mis piernas se habrían convertido ya en fideos hervidos. No me había molestado en encender las luces porque tanto en la planta baja como en el exterior ya estaban encendidas, y proyectaban un débil resplandor plateado en el descanso para llorar del piso de arriba. Lo suficiente para que me diera cuenta de que algo no marchaba bien. La puerta del cuarto de Gale estaba entre abierta. Sólo un resquicio. Señal de que algo ocurría, porque siempre estaba cerrada. Mamá se aseguraba de ello. Entonces oí un sonido tan leve que apenas podría calificarse de sonido. Me acerque con sigilo a la puerta de Gale, alargué la mano hacia el pomo y entonces lo oí de nuevo. Me quedé paralizada. El murmullo urgente de un hombre. El crujido del somier. Y después, un llanto lastimero, casi un gemido. Jo-der.

Vale, tiempo muerto.
Bob, es probable que tenga algunos problemas, pero no soy una voyeur psicópata. Para serte sincera, confesaré que cuando era más pequeña oí alguna vez a mis padres,y me dio bastante asco. (Vamos, Bob, admítelo: tú también oíste a los tuyos. Y no medigas que creíste que eran ratoncitos.) Eso había sido antes de que Gale se fuera, cuando las cosas marchaban mejor: mamá no bebía hasta caer desplomada, papá no se tiraba a sus enfermeras y, sin duda alguna, yo no estaba a un corte de ingresar en el psiquiátrico.
Así que conocía los ruidos que hacía la gente en la cama. No necesitaba un mapa. Y no era asunto mío, ¿vale? Al pensar en ello ahora, ése fue otro de los momentos, Bob, en los que mi historia podría haber tomado un rumbo distinto.

Porque si me hubiera limitado a fingir que no había nadie en la habitación, la pelea nunca habría tenido lugar.

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