Parte 34

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34: A.

Se lo expliqué. Lo del incendio, que Gale me rescató y que el abuelo MacAllister estuvo al borde de la muerte. Le hablé del hospital y de los implantes cutáneos, y de cómo había empezado a autolesionarme después de que Gale se marchara; al final, le hable del terrible día en que mi profesor de inglés se había quedado mirando, horrorizado, cómo la sangre me empapaba la camisa. No había intentado suicidarme: me habían resbalado las tijeras, eso era todo. Pero nadie quiso escucharme. Ni el profesor, ni los doctores ni mis padres.
Hablé durante un largo rato. Estaba tendida boca arriba en la alfombra, con la cara vuelta hacia el fuego porque no quería ver mudar su expresión a medida que mi narración se asentaba: cómo habían reaccionado mis padres cuando el psiquiatra les explico mi «enfermedad», como si fuera una nueva especie de insecto de la que nadie conocía la existencia. Hablé hasta quedarme ronca y la lluvia hubo cesado y el señor Mellark...
El señor Mellark escuchaba. No dijo nada, no me interrumpió ni me hizo ninguna pregunta. Estaba tumbado de lado con una mano apoyada en la cabeza y la otra sobre mi estómago. (No, no piel con piel. Íbamos vestidos y la camisa de franela estaba abotonada. Eres un pervertido, Bob.)  —Así que no pude volver a mi antigua escuela —le conté al fuego—, no después de aquello. Pero en el Turing tampoco encajo, y no sé de qué ha servido todo esto. Mi familia se está desintegrando, mi madre es una alcohólica, mi padre se tira a todo lo que respira y Gale sigue lejos. Cuando me corto, las cosas mejoran. Eso es lo único que puedo controlar. Dios, la he cagado tantas veces...
—¿Quieres que te dé la razón? —preguntó el señor Mellark—. Katniss, ¿se te ha ocurrido alguna vez pensar que, mientras sigas lesionándote, tus padres permanecerán juntos? Las mejillas se me tiñeron de rubor.

—Rebecca, mi terapeuta, también lo decía. Que mi enfermedad era una manera de asegurarme de que la familia se mantuviera unida, pero que los cortes eran simbólicos y no intentos de suicidio, que yo no quería morir. Decía que era como una fantasía. Aunque me lesionara, siempre me recuperaría. Me corto cuando la familia se desmorona, pero entonces me curo y volvemos a estar juntos.—¿Cuándo fue la última vez que te cortaste? —Al ver que yo no contestaba, continuó—: ¿Fue cuando ese capullo de la fiesta...? —Casi.
Mi boca no articuló las palabras que deberían haber seguido: «Pero no lo hice porque habría usado tu cuchillo y sé que tú nunca me harías daño. Así que no lo hice y ya ves: me salvaste».

—El Día del Trabajo. Cuando el abuelo me tocó. Él permaneció en silencio y el fuego crepitó. Cerré los ojos y estudié las sombras moradas que se formaban dentro de mis párpados. Oí el roce de su ropa al moverse y luego preguntó, con mucha dulzura:—Katniss, ¿cuándo fue la última vez que te hizo daño? Nadie, ni siquiera mi psiquiatra, me lo había preguntado nunca. Porque nadie más lo sabía, o eso se suponía, porque entonces ocurrirían cosas malas, como ya ocurrieron una vez.

—Hace bastante. Seguía sin poder mirarle.

—Desde... —Me forcé a decirlo—: Desde el incendio.
—Entonces, fue el incendio lo que le detuvo. Asentí.

—Sufrió... sufrió un par de derrames en el hospital y ahora... él sólo... no puede...
—¿Quién lo sabe, Katniss? ¿Quién sabe que te hizo daño, aparte de mí? ¿Con quién hablas de esto? En ese momento abrí los ojos. Los suyos reflejaban seriedad y me abrazaban de un modo que otros brazos nunca podrían.

—Gale —contesté.

Si para algo no estaba preparada, era para su reacción. El señor Mellark entorno los ojos y frunció el ceño. Con cautela, me preguntó:—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu hermano? La pregunta me pilló desprevenida. Un ligero escalofrío de alarma me recorrió la columna.

—Hace unos dos años. Dos y medio, quizá.

—Antes de que empezaras a cortarte. Lo formuló como la constatación de un hecho, no como una pregunta.

—Entonces... ¿no viene de permiso? ¿No llama por teléfono? —No, ya te lo he dicho. Mis padres no querían que se alistara.

—No estoy seguro de que eso responda a mi pregunta. ¿Cómo mantienes el contacto?—Por mail. Guardo todos los suyos en una carpeta aparte para que mamá no los encuentre. Eso sólo... Se disgustaría.—¿Porque una hermana mantuviera el contacto con su hermano?
Yo no dije nada. —¿Cuánto hace que le escribiste el último mail?

—Mucho. Desde...
Él esperó. Volví a intentarlo:—Desde la noche en que me llevaste a casa, más o menos. La noche en que...
la noche en que mamá estaba...
Él esperó, pero al ver que yo no continuaba, preguntó:—¿Entiendes por qué no le has escrito? —Yo...
Las lágrimas se acumularon en mis ojos hasta desbordarse y hacerme cosquillas en las orejas.

—He estado... —«Pensando en ti, he estado contigo, contigo, contigo»—.Ocupada. Antes le escribía cada día, sólo que...

—Katniss. Apartó la mano de mi estómago y cubrió con ella uno de mis puños cerrados. ¿Cuándo recibiste la última respuesta de Gale? Yo: Señor Mellark: «¿Katniss?». Yo: Esperó. Sus ojos no se apartaban de los míos, pero vi que lo sabía y odié... odié... Algo me explotó en el pecho; hexano a presión sin ninguna vía de escape, y ahora había saltado una minúscula chispa. Me senté de un salto mientras gritaba:—¿Así que te has convertido de repente en mi psiquiatra? ¿Por qué me haces tantas preguntas? ¿Por qué estamos hablando de Gale? ¿Por qué me presionas? Creía que eras mi amigo; ¡creía que te importaba!

—Katniss, escúchame. Lo soy, y me preocupo.

—Entonces ¿por qué? Me enjugué el torrente de lágrimas con el brazo. Debería haberme puesto de pie para marcharme, pero la mesilla me bloqueaba el paso y no podía huir. Me llevé las rodillas a la barbilla y las rodeé con los brazos.—¿Por qué haces esto?—Porque...
Ahora estaba frente a mí, inclinado hacia delante, con expresión decidida y sus ojos clavados en los míos para que no pudiera apartar la mirada. Éramos como un par de sujetalibros separados por distintos volúmenes e historias, muchas historias, que casi se tocaban.

—Porque soy tu amigo y me preocupo, mucho más de lo que debería.

—¡Si lo fueras dejarías de hablar de esto!

—No, Katniss, cariño. No puedo. No sería amigo tuyo si lo hiciera.—¿Por qué no?—Porque no. Tomó mi cara entre sus manos.

—Porque Gale está muerto, Katniss, y lo siento muchísimo. Lo siento más de lo que nunca sabrás. Pero Gale está muerto, y lleva muerto más de dos años.

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