28. Doppelgänger

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Correr se había vuelto mi pasatiempo favorito. Lo hacía durante horas intentando despejarme todo lo que podía. Me di cuenta de que el cansancio físico ocultaba un poco mi cansancio emocional.

De cierta manera no podía parar de culparme por la tristeza de Charles. Él era una buena persona. Una excelente persona. Por más que intentara pintarlo como el villano de la historia, mi corazón se negaba rotundamente a buscar el mínimo rastro de maldad en su ser.

Mi profesor había reaccionado eufóricamente ante la noticia de mi lugar de investigación para el trabajo. Al parecer también era un gran aficionado de la fórmula 1 y le emocionaba que su nombre estuviera en los documentos oficiales de una de sus escuderías. Ni siquiera me dio tiempo a presentarle el formulario cuando ya me había pedido que le consiguiera un autógrafo de Charles. Pobre hombre, si supiera la historia completa seguramente se iría de espaldas. Aunque solo le bastaba pulsar unas teclas en internet y podría averiguar hasta mi tipo de sangre, seguramente.

Todos los días despertaba con mensajes de desconocidos en mis redes sociales. Algunos pocos eran amables y la gran mayoría eran comentarios sobre lo poco que me merecía que Charles se hubiera fijado en mí.

No era que me afectaran demasiado, pero cada vez que pensaba que estaba superando las cosas un poco, alguno de esos mensajes se colaba en mi mente para hacerme sentir la peor persona del universo.

Había tenido el impulso de llamarlo más de una vez. De repente sentía esa curiosidad de saber qué estaba haciendo o si estaría pensando en mí. Me cuestionaba qué tan solo se sentía a pesar de estar rodeado de tantas personas.

Porque yo sí lo hacía.

Y lo peor de todo es que sabía la solución perfecta a esta soledad.

•••••

Como si fuera poco con todo el desastre emocional que tenía que soportar, el viaje tuvo tanta turbulencia que acabé pegándome la cabeza contra la ventanilla más de una vez, tanto así que seguro me saldría un chichón de en la frente.

Comenzaba a odiar Inglaterra desde ya.

Cuando era pequeña pensaba que me iba a venir a vivir a Londres y por arte de magia acabaría casándome con Harry Styles o Robert Pattinson. Era gracioso pensar que ahora por culpa de un chico atractivo y famoso era que quería salir huyendo de aquel país en la primera oportunidad que se me presentara. Uno que también tenía unos ojos verdes capaz de derretir a cualquiera.

Al final había tenido que coger vuelo de lunes a domingo, ocupaba entender un par de conceptos específicos del equipo y también tenía que asistir a una de esas reuniones que tienen antes de una carrera.

Estaba muy emocionada, no podía negarlo. Ejercer mis conocimientos en uno de mis lugares favoritos del mundo es algo que soñé toda mi vida. No iba a negar que estaba aterrada, muchas cosas podían salir mal, pero había decidido tomarme las cosas con calma y disfrutar de toda la experiencia.

Apenas salí del aeropuerto tomé el primer taxi que había encontrado. Me senté en el asiento de atrás y miré todo el camino por la ventanilla. Notaba cómo el chofer me dedicaba miradas esporádicas por el retrovisor interno. Seguramente se preocupaba de que en algún momento decidiera ponerme a llorar, pero la verdad es que estaba disfrutando aquello más de lo que me imaginaba.

El botones del hotel me ayudó a subir mis maletas a la habitación. Todo en aquel lugar desprendía lujo y modernidad. Estaba tan sorprendida que simplemente me quedé bajo el marco de la puerta contemplando todo. Desde la entrada podía notar la gigante cama blanca que me esperaba para apoderarse de mis sueños. Se me había hecho agua la boca solo con pensar estar tirada en esas sábanas por al menos 10 horas.

Realidad ❀ Charles Leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora