Capítulo VIII

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𝙻𝚎́𝚊 𝚆𝚘𝚕𝚏𝚏

Montecarlo, Mónaco.

Estaba muy feliz, mi padre me deja hablar con los chicos y puedo caminar bien.
Después de ese desayuno que fue el mejor sin duda. Cada uno se fue a preparar sus maletas para irse a España o a sus casas, porque ya no tenían nada que hacer en Mónaco. En cambio, yo tenía que ir a Italia para acomodarme en mi nuevo departamento y luego viajar a España oficialmente como asistente de George.
Mi padre se fue porque tenía que arreglar unos asuntos, así que aproveché para volver a mi habitación y alistar mis maletas.
Una vez dentro del ascensor, este se paró unos cuantos pisos antes que el mío, cuando abrió sus puertas dejó ver al monegasco con una maleta a su lado.

¿Acaso no tenía casa, que estaba siempre en el hotel?

Buenos días amore mio — me sonrió y lo ignoré.

— Parece que alguien me está aplicando la ley del hielo — entró al ascensor y apoyó en la pared.

El ascensor se detuvo de golpe, causando que perdiera la estabilidad, pero Charles me agarró de la cintura y suspiré.

— Alguien sigue correspondiente a mis toques — habló y me alejé bruscamente.

— Maldita sea — comencé a tocar el botón de ayuda, el ascensor se había averiado.

— Romperás el botón si lo sigues presionado de esa manera — Charles quito mi mano del botón y se ganó una mala mirada de mi parte.

Lo único que me faltaba, estaba encerrada con Charles en un ascensor. Este se la paso hablando, pero lo ignoré, me propuse ignorarlo, solo para borrar esa sonrisa egocéntrica que tenía y demostrarle que no soy una del montón.
Estamos hace una hora, atrapados aquí y nadie nos responde. Tampoco tenemos señal, Charles no se calla y ya comienza a irritarme.

— Amore mio ¿Por qué no me hablas? — preguntó — ya me cansé de hablarle a la nada.

Solamente me limite a darle una mirada rápida y seguir haciendo como si no hay nadie. Él siguió hablando y estuvo así otra hora más.

— Suficiente, deja de ignorarme Léa — me giró, para que lo viera — por favor. Haré lo que quieras, pero no me ignores.

Esperen un momento Charles Leclerc. Hará lo que yo quiera para que no lo ignoré.

— ¿Lo que yo quiera? — pregunté y él asistió.

— Dejaras de ponerme apodos y me dejaras en paz — él negó.

— Prefiero que me ignores a dejarte en paz — río.

— Pues te jodes Leclerc — me di vuelta y seguí apretando el bendito botón de ayuda.

Después de tres horas y media encerrada con el monegasco. Abrieron las puertas dejando ver a George con papá.

— Por fin — solté un suspiro pesado.

— Hace tres horas estamos ahí dentro — Charles salió detrás mío.

— Cariño ¿Estás bien? — mi padre se acercó y me abrazó.

— Estoy bien papá — respondí su abrazo y cuando nos separamos. Le conté lo que sucedió.

IL MIO AMULETO | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora