I

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Las ideas no siempre llegaban de golpe y claras, como un rayo de sol un día primaveral. A veces venían y se iban como las olas de un mar embravecido, otras veces llegaban por partes, se quedaban dando vueltas por su cabeza, y de a poco se esfumaban, como la niebla.
Pero también a veces había rachas en donde ninguna idea llegaba a sus costas, ni en forma de olas, ni en forma de neblina, ni en forma de rayo de sol; simplemente no había nada. Lionel se encontraba en uno de esos momentos.

Con los días pasando como suspiros y su editor respirándole en la nuca, el joven escritor se sentía más perdido y angustiado que nunca. Las mañanas grises de verano las pasaba encerrado en su pequeño departamento, con las persianas bajas, con la radio encendida en una estación de radio que sólo pasaba jazz, y con la cafetera siempre cargada y humeante. A medida que la fecha límite se acercaba, Lionel sentía más y más presión, y, como algo inexplicable, sus manos comenzaban a doler.

Lionel Scaloni era un escritor de cuentos infantiles y había trabajado en ello desde que había comenzado a estudiar en la facultad de letras. La juventud y las ganas de ser alguien en la vida le dieron una cantidad incontable de ideas que, con suerte, pudo desarrollar en el papel y lograr que llegara a varios niños a lo largo del país.

Sin embargo, desde hacía meses que Scaloni no tenía ninguna idea. Su cabeza estaba en blanco. No, ni siquiera eso. Su cabeza en realidad era un huracán de cosas, pero ninguna tenía la solidez necesaria para ser una idea. Todos fantasmas, recuerdos, ilusiones y esperanzas, pero nada que pudiera servir para escribir. Él suponía que a los niños muy poco iba a interesarles un libro sobre un adulto que tenía problemas para pagar el piso donde vivía, o los servicios con los que subsistía, o incluso su comida.

Él lo intentó todo. Se dio miles de duchas frías para recuperar sus pensamientos luego de un largo día, miró miles de películas, salió a dar vueltas por toda Buenos Aires, leyó cuanto libro pudo comprar o pedir prestado, incluso había escuchado canciones infantiles pensando que iban a ayudarlo. Pero nada había servido, y ahí se encontraba él: sentado frente a su computadora, con el documento en blanco, y la cabeza entre las manos. Estaba irritado, agotado y hambriento, y no sabía cuál de esas sensaciones desencadenaba la otra.

La tercera vez que su editor, Walter, lo llamó para preguntarle por sus avances, Lionel simplemente dijo que algo iba a inventar y colgó. Pero el documento seguía en blanco y su cabeza era un caos con cosas que nada tenían que ver.
Básicamente, no tenía nada. Buscaba y buscaba pero nada se convertía en algo que podía usar o explotar en su beneficio.

Cuando comenzó a abrumarse otra vez y a sentir que las paredes de su monoambiente se cerraban sobre él, agarró sus llaves y salió a la calle.

La noche veraniega de pleno diciembre le dio la bienvenida. A Lionel no le gustaba el clima pero en aquel momento la brisa fresca nocturna que lo despeinaba no le molestó, sino que al contrario le ayudó a respirar hondo algunas veces.
Sentía sus piernas moverse, dando un paso detrás del otro, pero su cuerpo no respondía a su cabeza, o al revés. No tenía control sobre sí mismo, no sabía adónde estaba yendo, él solo iba para adelante. Siempre iba para adelante.

Sus aventureras piernas lo llevaron a una plaza. Lo sentaron en un banco vacío que estaba lleno de garabatos con corrector y fibrón y lo hicieron volver a la realidad.
Cuando Lionel puso los pies sobre la tierra se dio cuenta de muchas cosas.
La primera: no tenía idea de dónde estaba.
La segunda: sabía que si no encontraba una idea en menos de diez minutos, su carrera iba a terminar. Y esta vez era en serio.
La tercera: también sabía que necesitaba un cambio, y por un cambio se refería a la ayuda de alguien. Tal vez un socio, otro escritor o incluso lo que más odiaba, un ilustrador.
La cuarta: había alguien que se estaba acercando a él con mucha prisa y lo saludaba con mucha confianza. ¿Quién era? ¿Lo había visto en algún lado?
La quinta: no sabía quién era esa persona, pero ya se encontraba sentado a su lado.

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora