XIII

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El séptimo día del año, ojerosos y muertos de calor, Lionel y Pablo se adentraron en la editorial con el boceto final del libro bajo el brazo.

Walter los recibió en su oficina, que parecía un sauna por el calor y la humedad que había en ella, y mientras prendía un cigarrillo les pidió el trabajo.

Tanto el escritor como el ilustrador estaban un poco nerviosos, pero ninguno lo demostró. Por dentro estaban al borde de una crisis nerviosa, pero por fuera estaban tan regios que parecían estatuas de mármol.

—Veo que le pusieron título, al fin —dijo Samuel. Con la mano libre recorrió la primera página y sus dibujos coloridos.

—Sí —respondió Lionel—, no nos tomó mucho decidirlo.

—¿Y por qué "contando ovejas"?

—Porque son las historias que creaba cuando no podía dormir —contestó el escritor, de reojo pudo ver a Pablo asentir con la cabeza—. Entonces, en vez de contar ovejas como el dicho popular, yo me ponía a escribir.

Walter hizo una mueca, tirando del labio inferior un poco hacia abajo y levantando las cejas, y luego continuó revisando el libro.

—Bueno tenían razón cuando me dijeron que podían hacer algo mejor —les comentó, aún no había pasado la mitad del boceto—. Los dibujos de Pablo son muy bonitos, creo que complementan bien la escritura de Lio.

—¿Te gusta, Walter? —preguntó Lionel muriendo de ansiedad. Pudo sentir el roce sutil de la mano de Pablo sobre la silla. Se puso rojo ante el contacto y giró a verlo, pero el ilustrador no le devolvió la mirada. Estaba estoico contemplando con atención a Samuel.

—Tengo que admitir que me han sorprendido, muchachos —confesó el editor. Pero Lionel lo conocía, sabía que algo más seguía a esa oración—. Sin embargo…

El mundo de Lionel comenzó a resquebrajarse. Una fina grieta comenzó a hacerse paso desde la boca de su estómago hasta el resto del cuerpo, y todo lo que había construido estaba tambaleándose.

—¿Sin embargo, qué? —inquirió Pablo con voz dura. Estaba serio y sus ojos ardían. Cuando quería era muy intimidante.

—Voy a ser sincero con ustedes: me gusta mucho el trabajo, le veo potencial, sí, pero con la situación actual no sé si van a querer arriesgarse.

Lionel y Pablo ni siquiera hablaron entre sí. Al unísono y sin mirarse dieron su veredicto.

—Sí, queremos hacerlo.

Walter asintió y dio un último repaso al libro de cuentos que los chicos le habían entregado. Sabía que su joven estrella no le iba a fallar e iba a presentar algo que parecía extraordinario. El trabajo era hermoso, si bien debía leer las historias en detalle, lo poco que había visto y leído lo había atrapado, lo había llevado de la mano a través de mundos nuevos, con personajes agradables y momentos cálidos. Obvio que a los niños del país iba a gustarles la obra.
Lionel Scaloni nunca defraudaba, y ahora que había encontrado a alguien que lo entendía, que sacaba lo mejor de él y lo ayudaba a brillar, estaba seguro que ambos iban a conquistar el corazón de cada crítico literario, y estar presentes en cada infancia de Argentina.

—Bien, entonces déjenme el boceto, voy a dar una leída a fondo —pidió Samuel. Lionel y Pablo asintieron—, en cuanto termine los llamo para que tengamos otra reunión y ver si hay cosas para corregir. Una vez tengamos el libro editado y terminado lo llevamos a imprimir. Buen trabajo, chicos.

Aimar y Scaloni salieron de la editorial sin poder procesarlo aún. Estaban a un paso, a un pequeño pasito de bebé, de poder cumplirlo. Tan cerca y a la vez tan lejos de la meta.

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora