XI

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—¡Ay, Lio, te extrañé tanto!

Lionel sintió dos brazos rodear su cuello y un súbito choque que le sacó el aliento. También sintió la calidez del cuerpo de Pablo junto al suyo, enredándolo en un caluroso abrazo. 

Quiso poner los ojos en blanco ante la exagerada alegría de Pablo, pero al contrario simplemente dejó salir una risita y llevó una mano a la cabeza de su amigo, despeinado sus rulos ya desordenados por naturaleza. 

—Yo también, Pablito.

—Dijiste que no me ibas a extrañar —replicó el ruloso. 

—¿Vos me haces caso con la cantidad de boludeces que digo? Por favor, hombre —se separó un poco de Aimar, pero dejó una mano en el brazo de su amigo, manteniéndolo cerca.

La sonrisa que tenía plantada en su cara le dio la pauta a Pablo para saber que era un chiste. 

—¿Y cómo estuvo Navidad? —le preguntó Pablo.

Los dos se encontraron en la plaza de siempre y emprendieron el viaje al departamento de Scaloni. Habían decidido no alargar más sus cortas vacaciones y volver al trabajo. Les faltaban muchas hojas, dibujos e historias por completar para llegar al mínimo que necesitaban. 

Ante la pregunta, Lionel dudó. No sabía si decirle la verdad a su amigo, o si, en cambio, debía mantener esa parte tan privada solo para él. Decidió no mentirle, pero tampoco contarle la verdad.

—Como siempre —respondió encogiéndose de hombros. Pablo lo miró con intensidad sin abrir la boca, esperando a que el escritor se explayara en su respuesta—. Aburrida y con mi vieja. A las doce y algo ya estaba volviendo a casa.

—Ah.

Ninguno mencionó los regalos y mucho menos el mensaje que Pablo, tal vez un poco borracho, había dejado en el contestador. Lionel pensó que él se había olvidado de eso por el pedo que tenía, y Pablo creyó que no quería hablar de eso. 

—¿Y vos qué tal? 

—Yo la pasé re bien con mis amigos, que por cierto son totalmente reales —se aventuró a decir, ya anticipaba lo que Lionel iba a comentar. El escritor se rió por lo bajo y le dirigió una rápida mirada de soslayo a Pablo sin que este se diera cuenta. 

—Bien —sin darse cuenta, su voz salió contraria a lo que esperaba, en vez del tono sarcástico escuchó un tono dulce y suave—. Me alegra que lo hayas pasado bien. 

—Me hubiera gustado que estuvieses ahí, conmigo —murmuró Aimar. Tenía la vista clavada en el piso, pero aún así se notaba el rubor en sus mejillas. 

A Lionel se le aceleró el corazón ante tal visión y tales palabras. Tuvo que contener el impulso de besarle la mejilla, ahí donde tenía el característico lunar. 

—La próxima Navidad te prometo que la paso con vos —le dijo. Pablo asintió con la cabeza más roja que un tomate. Lionel no sabía si iba a poder cumplir su palabra y se reprochó por haber sido tan boca suelta. Él y su manía de prometer cosas sin pensar antes.

Cuando llegaron al departamento de Scaloni –que por suerte esa vez estaba limpio– se pusieron manos a la obra y se pasaron todo el día divirtiéndose y trabajando. Cada uno en su mundo, enfrascado en su actividad, disfrutaba de la compañía del otro. 

Lionel prendió la radio, y mientras el espacio se llenaba de canciones alegres ellos continuaban con el trabajo. De vez en cuando, para destrabarse o desestresarse, Pablo dejaba su lugar y se ponía a bailar o cantar alguna canción. Si bien intentaba hacer que su compañero hiciera lo mismo, nunca pudo convencerlo de bailar con él. 

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora