XII

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Los días siguientes para Lionel se dividieron en trabajar con Pablo, ya fuera en su departamento o la casa del ilustrador, llamar a Walter y decirle que iban bien, y buscar un ratito para ir a visitar a su madre.
Estaba feliz porque las enfermeras le habían dicho que la mujer había hecho un gran avance y parecía recuperarse con rapidez, que tal vez muy pronto podría volver al hogar.

El 31 de diciembre, sin embargo y al contrario de lo que había pensado, Pablo le pidió que pasara los festejos con él. El escritor debatió consigo mismo sobre sí debería aceptar o no, pero después de ver la cara de súplica que Pablo le ponía se decidió por estar en su casa a las ocho de la noche.

Desde la noche de tormenta, unos días atrás, que Pablo y Lionel parecían más unidos, si es que se podía. Y no era porque trabajaban juntos, ni porque pasaban el día juntos, ni porque hacían hasta los descansos juntos. No, nada tenía que ver con la proximidad física.
Algo había hecho click aquella noche. Un par de engranajes se habían puesto en marcha, y otros habían comenzado a moverse con más rapidez. Pero ellos no lo sabían, o, mejor dicho, Pablo no lo sabía.

Lionel estaba seguro de lo que sentía por el ilustrador. Ya no era simple ternura, ya no era simple cariño. Las cosquillas en el estómago, el vértigo que le proporcionaba la cercanía del cuerpo del menor, los escalofríos que le recorrían de pies a cabeza cada vez que lo enganchaba mirándolo discretamente, todo se reducía a una sola cosa. Y a él no le daba miedo, por supuesto que no. Lionel Scaloni no le temía a sus sentimientos, pero sí le tenía terror a la reacción de Pablo, su Pablo, al enterarse.

¿Lo miraría con asco y lo rechazaría? ¿Le diría que lo entiende, pero no lo corresponde? ¿O algún Dios se acordaría de su humilde existencia y le otorgaría el mejor de los milagros: que Pablo lo quisiera a él también?

No tenía tiempo para pensar en eso. Su cabeza estaba muy ocupada en las historias, en el hilo conductor que debía unirlas, en los finos trazos de colores de Pablo sobre las páginas, y, no podía engañar a nadie, en Pablo.
Pablo y su cara tallada por los ángeles. Pablo y sus manos cálidas y llenas de manchas de pintura. Pablo y su risa cantarina. Pablo y su voz ya no tan irritante. Pablo y la sonrisa enorme que le dedicaba cada vez que lo veía caminar hacia él. Pablo y su enojo cuando encendía un cigarrillo. Pablo y sus historias locas. Pablo y sus ojos brillantes y dulces. Pablo y el mensaje en el contestador. Pablo diciéndole te quiero. Pablo suplicándole que pasara año nuevo en su casa porque no podía estar separado de él. Pablo con voz ronca, acostado a su lado, con el pelo aún despeinado, deseándole los buenos días.

Soltó una bocanada de humo y lo observó perderse hacia el cielo. No quería pensar en otra cosa que no fuera Pablo, pero sabía que debía sacárselo de la cabeza. El ilustrador no era para él y, siendo sincero, sabía que Pablo estaba mejor sin él en su vida de forma romántica.

Movió la cabeza de lado a lado intentando disipar todo pensamiento. Tiró el cigarrillo a medio terminar al suelo y lo pisó para apagarlo. Despegó la espalda de la pared, se llevó la mano a la cabeza para peinar su pelo negro, y luego se acercó a la puerta. Deseó que no le hubiera quedado olor a cigarro en la ropa antes de gritar.

—¡Pabloooo!

—Lionel Sebastian Scaloni —la voz de Pablo lo tomó por sorpresa encima de su cabeza. Sabía que estaba asomado por el balcón, y sabía también, por el tono de voz y la forma de hablar, que tenía una sonrisa en la cara—. ¿Cuántas veces viniste a mi casa y aún no aprendés a llamar?

—Pablo, ni en pedo lo grito —se quejó. No iba a dejar que lo hiciera pasar vergüenza otra vez gritándole lo del cartel—. Voy a arreglar tu timbre yo mismo.

—Siempre decís lo mismo pero nunca lo hacés, mentiroso. Ahora bajo.

Lionel esperó unos cortos minutos en la puerta hasta que un arreglado Pablo se hizo presente. Iba a saludarlo con el típico beso en la mejilla hasta que se dio cuenta de que la sonrisa de Aimar ya no estaba en su cara.

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora