Dejó salir el décimo bostezo en los últimos tres minutos y volvió a disculparse con el joven que tenía frente a él.
El lunes a primera hora Lionel comenzó con las reuniones con los pocos ilustradores que pudo encontrar por la zona. El café cercano a la editorial fue el punto de encuentro, y desde hacía dos horas que no paraba de hacer las mismas preguntas una y otra vez. Tampoco paraba de pedir disculpas y despedir con cortesía a todos los que decían que no podían aceptar los términos del contrato.
Pero claro, ¿qué condenado iba a aceptar trabajar sin saber si iba a cobrar o no? Nadie trabajaba gratis, menos por esos tiempos donde todo estaba en constante cambio, sobre todo la economía.El país entero había pensado que el cambio de milenio iba a traer avances y buena fortuna para todos, muchos se sorprendieron cuando las cosas comenzaron a salir a la inversa.
Ahora él estaba encadenado a una situación poco favorecedora y estaba a punto de arrastrar a alguien con él en ese viaje por esa ruta invadida por la niebla.—Te hago una consulta —dijo el chico rubio que estaba entrevistando. Lionel asintió con desgana. Ya sabía lo que venía y cómo iba a terminar—. ¿Sabés cuánto es el sueldo final? ¿Van a pagar por cada ilustración o por el trabajo completo? ¿Cómo se manejan en la editorial?
Scaloni suspiró y juntó las manos sobre la mesa. Le pidió a su Dios que le diera la fuerza necesaria para ver cómo el último de los ilustradores salía enojado por la puerta del café.
—Mirá, te voy a ser sincero, la editorial no está pasando por un buen momento… económicamente hablando.
—Como todos —dijo Gabriel, el ilustrador, según lo que recordaba Lionel.
—Exacto. Y como está al borde de cerrar, me dejó a cargo del último proyecto, que sería este libro —Gabriel al otro lado de la mesa asentía con el ceño ligeramente fruncido, intuyendo a dónde iba Lionel con lo que decía—. Por lo tanto, lamento decirte que no vamos a estar seguros de cuánto vas a cobrar hasta que termine lo que determinamos la temporada de ventas, necesitamos llegar a un porcentaje en concreto.
—¿Y cuánto dura eso?
Lionel no tenía ganas de decirlo realmente. Dejó salir el aire, cansado, y volvió a inhalar la mayor cantidad de aire que sus pulmones recibían.
—Si todo va bien, aproximadamente dos meses. Todo depende de las primeras dos semanas.
Scaloni pudo ver cómo los colores se le subían de repente al chico frente a él. Pasó de estar pálido como una hoja a rojo como quemadura de tercer grado.
—O sea que si todo sale mal yo no veo ni un mango, ¿eso es lo que me querés decir?
Lionel apretó los labios hasta formar una línea y asintió. No le quedaba otra que decirle la verdad por más que supiera que nadie iba a aceptar.
—Disculpame pero no puedo aceptarlo. Es una falta de respeto a mi trabajo y espero puedas entenderlo.
—Quedate tranquilo que de verdad lo entiendo —dijo Scaloni con la mandíbula tensa. Las palabras salieron de tal forma que parecía haberlas escupido.
Ahí se iba su última chance. Finalmente había perdido todo lo que tenía.
Después de intercambiar saludos, el ilustrador se retiró del café y dejó a un desolado Scaloni detrás. El escritor sacó un cigarrillo del atado y lo prendió en segundos. Inhaló, dejó que el humo se quedara unos largos segundos, y luego exhaló. Una vez más se vio a sí mismo rogando para que el humo se llevara todos sus problemas y los disolviera en el aire.
No volvió a la editorial. Fue directo a su departamento cabizbajo y siempre con un cigarrillo en la mano. Tenía ganas de llorar al ver cómo su carrera y su futuro se desplomaban justo frente a su nariz. Todo por lo que había trabajado tantos años, todo lo que había conseguido, tanta lucha a la basura.
¿De dónde iba a sacar a un pobre desgraciado que estuviera lo suficientemente desesperado para trabajar por dos pesos? Ni siquiera eran dos pesos, era trabajo no remunerado hasta que alguien decidiera darle una oportunidad al nuevo libro de un escritor amateur.
—Por favor, qué desgracia.
La frase salió de sus labios sin que él se hubiera dado cuenta. No había nadie en la calle, era pleno horario de siesta, así que no le importó mucho.
Cuando llegó a su hogar pudo notar que, encima, habían llegado las facturas del gas y el agua. Y el inquilino estaba esperándolo justo en la puerta.
—Scaloni —lo saludó el hombre.
Dios, pensó, no puede estar pasándome todo junto hoy. Por favor que alguien me de un descanso.
—¿Qué tal, González? —devolvió el saludo al casero. El hombre que le llevaba mínimo dos cabezas y era el doble de ancho que él se cruzó de brazos, bloqueándole la entrada.
—Bien, acá ando, esperando a que me pagues el mes pasado.
Lionel con las llaves en la mano dejó salir un suspiro agotado.
—Ya sé que le debo el mes pasado, pero le prometo que…
—Ya estoy harto de promesas, Scaloni —lo interrumpió. Dio un paso más cerca del escritor quien por instinto retrocedió—. O me pagas o te echo a patadas de acá, ¿me escuchaste?
—Te juro que voy a pagarte, Hugo.
—Más te vale, Scaloni. No me hagas volver a repetir la escenita, ¿eh?
Le dio dos palmaditas en la mejilla con una sonrisa falsa impresa en el rostro y luego se fue.
Lionel entró a su departamento, cerró la puerta y se deslizó por ella hasta caer al suelo sentado. Se agarró la cabeza con las manos y, en cuestión de segundos, se deshizo en llanto.No le importaba que los vecinos escucharan, no le importaba inundar el suelo con sus lágrimas, no le importaba nada. Estaba a punto de perder su trabajo, su departamento, sus ilusiones.
Por más que intentaba buscarle la vuelta a la situación y verla desde un punto positivo, no encontraba ninguna solución. Esa vez estaba seguro que no había rayito de esperanza alguno para iluminarlo a último momento.
Aquella noche, Lionel no fue a la plaza. Aquella noche, Lionel apenas tuvo fuerzas para arrastrarse a la cama y seguir llorando. Aquella noche, Lionel realmente temió por su futuro y el de sus seres queridos.
ESTÁS LEYENDO
Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】
FanfictionLionel, un cansado escritor de cuentos infantiles, se encuentra con un vecino que, según los rumores, nunca fue muy cuerdo. O donde un Pablo aburrido de la rutina finalmente conoce a alguien que puede ponerle fin a sus locas historias.