IV

743 134 49
                                    

—¡Hola, desconocido ortiva!

Lionel no sabía por qué había vuelto a esa plaza por la tarde. Pero ahí se encontraba, mirando de reojo a un sonriente Pablo.

Con un poco más de luz, apenas eran las siete y cuarto de la tarde, Lionel pudo diferenciar mejor las facciones de Pablo. Estando parado pudo notar que el chico, fácil, era unos centímetros más bajo que él,  por más que la mata de pelos que tenía en la cabeza pareciera sumarle milímetros. Aquella tarde tenía una remera lisa azul oscuro y unos jeans viejos y gastados que tenían manchas de pintura en algunas partes.

—Hola, Pablito.

Escuchó que Pablo soltaba un "aw" alargado mientras se sentaba a su lado.

—Hace mucho que nadie me llama así. De esa forma no pareces tan ortiva, ¿te diste cuenta?

—No vine a que me insultaras.

—¿Y a qué viniste?

Era una buena pregunta. Era una excelente, maravillosa pregunta a la que Scaloni no encontraba respuesta. Pero claro que no iba a admitir eso frente a aquel chico.

—Tenía ganas de salir —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Pero no tenés novia que te haga el aguante y te saque un rato? Mirá que venir solo a la plaza a dar lástima es otra cosa, eh.

Lionel suspiró. No sabía si putear a Pablo y todo su árbol genealógico o darle la razón.

—No tengo novia.

Pablo se rió por unos segundos pero lo disimuló con una tos falsa en cuanto Lionel lo miró con frialdad y advertencia rebosando de sus ojos.

—Bueno tendría que haberlo sabido, ¿qué pobre chica iba a querer acercarse a alguien tan cerrado como vos? Si una mina viene y te pregunta tu nombre, ¿se lo dirías?

—No.

—¿Por?

¿Se lo decía o no? ¿Podía decírselo? Las palabras le pesaban en la punta de la lengua y para alejarlas tragó saliva, de esa forma también disolvería el nudo tan tenso en la garganta. No, hoy no se lo diría. Ya había tenido suficiente.

—¿Y vos qué hacés todos los días acá? —preguntó. Algo en la mirada de Pablo le dijo a Lionel que no había dejado pasar el detalle de haber ignorado la pregunta. Notó que su mirar se tornó un poco más oscuro de repente, aunque ahora era él quien se ocultaba desviando la vista.

—Vengo a descansar —antes que Scaloni pudiera preguntar de qué, él siguió hablando—. El trabajo no me da tiempo de pensar.

—Uf, te entiendo —Lionel se apoyó de golpe contra el respaldo de madera del banco y dejó caer las manos sobre su regazo. Podía sentir los ojos de Pablo sobre ellas y su rostro en un vaivén—. Y eso que trabajo de lo que estudié y de lo que me gusta.

—¿Si te pregunto de qué trabajas me vas a contar o te vas a hacer el boludo otra vez?

Lionel sintió sus labios curvarse apenas en una sonrisa y, divertido, negó con la cabeza.

—Soy escritor.

Pablo se giró a verlo emocionado. Lionel sintió la boca seca de repente al ver el brillo en los ojos de aquel chico.

—¿En serio? Qué lindo, ¿y sobre qué escribís?

—Escribo para chicos, soy escritor infantil. 

Como si fuera posible, la sonrisa de Pablo se ensanchó aún más. Lionel se preguntó a sí mismo si no le dolían las mejillas de tanto sonreír. Tal vez estaba tan acostumbrado a hacerlo que no le molestaba. El solo pensamiento de eso lo hizo sonreír a él sin darse cuenta.

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora