XVI

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Lionel perdió la cuenta de las horas que pasó sin Pablo al cuarto día.

Estaba enojado, triste, perdido, preocupado. Se sentía traicionado y abandonado. Y sobre todo confundido y asustado.

¿A dónde había ido Pablo? No era común que él desapareciera tanto tiempo. No estaba en él irse sin decir dónde, no llamar, no dejar mensajes.

¿Le había pasado algo?

Lionel se carcomía la cabeza pensando en eso. ¿Y si le pasó algo, lo buscó y como él no estaba en casa tuvo que irse sin decir nada? Pero tampoco podía culparse. Su madre estaba muriendo y debía ponerle fin al ciclo que lo atormentó por años y años.

Pasaba por la plaza y sentía un tirón en el pecho. Siempre dramático, quería pensar que era porque su corazón buscaba escapar de su pecho y seguirlo a Pablo, buscarlo y rogarle que volviera. Pero su parte racional sabía que no era más que la angustia y la desesperación de ver su banco vacío.

Pasó una semana sin noticias de él. Scaloni lo supo porque Walter lo había llamado. Lo puteó en mil idiomas cuando levantó el teléfono y no escuchó la voz de Pablo del otro lado.

—¿Cómo andás, pibe? —escuchó que el editor preguntaba.

Lionel dejó escapar todo el aire de sus pulmones en un bufido.

—¿Cómo puedo estar, Walter?

—¿No hay noticias de él?

El escritor sintió el nudo en la garganta que volvía a hacerse presente y simplemente contestó con onomatopeyas.

—Ya veo. Bueno, yo llamaba para ver cómo estabas, y para comentarte los avances de "Contando Ovejas".

No podía importarle menos el libro. Hasta se había olvidado de eso.

—Lo aprobé, Lio. Lo voy a mandar a imprimir. No, todavía no lo aprobé en realidad pero estoy a un paso de hacerlo. Sé que todavía estás con lo de tu vieja y no quiero presionarte tanto. Pero necesito que hagan, o hagas…

—Que hagamos —corrigió Lionel con dureza, casi escupiendo las palabras entre la mandíbula apretada. Se negaba a aceptar un futuro en el que Pablo no volvía. Él sabía que él iba a volver.

—Sí, que hagan algunas correcciones, chiquitas pero correcciones al fin. ¿Cuándo creés qué vas, perdón, van a poder?

—Dame unos días más, Walter. Por favor.

—Ya pasó una semana, Lio y… —Walter se interrumpió a sí mismo con un suspiro agotado—. Está bien, unos días más. Cualquier cosa llamame, ¿sí? Cuidate, Lio, nos vemos.

Cada tarde iba a la plaza. Llevaba la libreta verde oscuro, la que Pablo le había regalado y un lápiz que él se había olvidado un día en su departamento, se sentaba en el banco donde lo vio por primera vez y se ponía a escribir hasta altas horas de la madrugada.
Escribía historias nuevas, historias que Pablo le había relatado a las que Lionel nunca había narrado un final, historias viejas a las que le cambiaba el final, el desarrollo o hasta el principio. Escribía lo primero que se le aparecía por la cabeza, que generalmente era sobre Pablo.
Historias de Pablo de chico lleno de pintura, Pablo adolescente riéndose con sus amigos mientras jugaba a la pelota, Pablo como profesor de arte ayudando a los chiquitos y los abuelos, sus alumnos, a encontrar el color indicado o la técnica correcta para terminar un dibujo. Historias donde Pablo se enamoraba de alguien como Lionel, donde se ponían de novios, se mudaban juntos y adoptaban algún que otro gato. Historias de Pablo siendo bailarín profesional, cantante internacional, dueño de una galería de arte, profesor de universidad. Se lo imaginaba todo vívidamente.

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora