XIV

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Cuando Lionel se despertó aquella mañana sintió un peso extra encima que lo confundió.

Abrió los ojos y dirigió la vista hacia abajo, donde encontró una mata de rizos chocolate descansando en su pecho desnudo. Una sonrisa boba se formó en sus labios y el aire se le escapó de los pulmones producto se la emoción. Volvió a sentir las cosquillas en el estómago y el rostro acalorado.

No quiso moverse porque sabía que ello conllevaría a que el momento tan especial se acabara. En cambio lo que hizo fue llevar una de sus manos al pelo de Pablo y, con delicadeza, apartar los rulos que caían por la frente del chico.

Aimar transmitía paz. Se lo veía hermoso y, sobre todo, cómodo y tranquilo ahí acostado sobre Lionel. La piel suave y apenas sonrosada llamaba a la mano del escritor, invitándola a acariciarla. No pudo resistirse así que, como si estuviera tocando los pétalos de una flor recién florecidos, recorrió las mejillas de Pablo con la yema de los dedos.
Tenía los labios rosados apenas separados y Lionel se mordió el interior de su mejilla para no inclinarse y besarlos.

Dios, cuánto lo quería. El sentimiento bailaba en su pecho, le recorría el cuerpo desde la planta de los pies hasta la coronilla. La calidez del cariño invadía sus venas y explotaba en su cabeza en millones de colores e imágenes, todas de Pablo.

Sonrió una vez más, cerró los ojos e inhaló. El perfume de Pablo lo asaltó otra vez y él se tomó el tiempo de disfrutarlo.

No sabía qué hora era ni le importaba. El mundo fuera de esas cuatro paredes era un caso perdido, todo en lo que podía pensar era en Pablo durmiendo ahí con él.

Se quedó un tiempo en la misma posición, trazando figuras en la espalda del ilustrador o acariciándole el pelo y los brazos. Supo que él estaba despierto cuando, por una caricia, se le puso la piel de pollo y las mejillas se le estiraron en una sonrisa.

—Buenos días, bonito —le susurró.

Pablo gruñó en respuesta y se incorporó apenas. Con la cabeza levantada, un ojo medio cerrado y el pelo hecho un desastre, le sonrió a Lionel. El escritor, apoyando los codos a cada lado y adelantándose, capturó sus labios con ganas.

—Eso sí son buenos días —dijo Pablo con la voz rasposa de quien recién se despierta. Lionel dejó salir una risita y con una mano intentó acomodar el desastre que Pablo tenía por pelo. Intentó.

—¿Cómo dormiste? —preguntó Scaloni. Pablo se estiró y bostezó.

—Con los ojos cerrados. Mentira, Lio, no me pegues, bien, bien, dormí bien. Muy bien, la verdad. Espero poder hacerlo más seguido. ¿Y vos?

—Y, me duele un poco el cuello, no sé si tendrá que ver con que alguien durmió encima mío toda la noche.

—¿De qué te quejás si no me soltaste? —preguntó Pablo juguetonamente.

—Por supuesto que no, tampoco pienso hacerlo.

Dicho eso, Lionel envolvió nuevamente los brazos alrededor del cuerpo del ilustrador y lo encerró en un abrazo mientras los dos reían. Pablo no puso resistencia, sino que al contrario aflojó el cuerpo y dejó que Lionel hiciera lo que quisiera con él.
El mayor plantó besos por toda la cara de Aimar mientras escuchaba la risa que este le regalaba. De pronto se dio cuenta que no había nada mejor que estar ahí, así, con él. Poco le interesaba el resto del mundo si Pablo estaba a su lado.

—Lio —lo llamó. Alzó un poco la cabeza para mirarlo directo a los ojos—. Tenemos trabajo que hacer.

Lionel soltó un suspiro.

—Ni me lo recuerdes.

Ninguno quería salir de esa cama y afrontar el resto del día. Les gustaba más la idea de quedarse anclados allí descubriendo más del otro.

Contando ovejas 【pablo aimar; lionel scaloni】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora