Arlene
No sé lo que estoy haciendo, pensé. En ese momento comprendí que estaba un poco asustada, el corazón me latía violentamente. Era como si aquellos ojos de un azul imposible me hablaran y me gritaran peligro. El instinto me pedía que huyera.
Pero no me moví. Lo que me aterraba también me mantenía quieta. Lo que me estaba sucediendo no era normal o común, no lo comprendía. Pero no podía detenerlo porque me asustaba y a la vez me gustaba. Era un momento muy intenso que estaba experimentando y no es que estuviera pasando nada en realidad, pero tan solo con mirarlo era suficiente.
Creí sentirme atraída, todo en él me llamaba pero me decía que fuera precavida. No lo conocía.
—¿Quien eres?—me encontré diciendo sin poder dejar de mirar sus ojos ambarinos.
—Soy Demian Komarov, ya se lo dije antes mademoiselle.
—Si, Monsieur Komarov, eso lo recuerdo, pero ¿quién eres?
Pareció desconcertado al principio pero luego se encontró muy seguro de sí mismo, tanto que me asustó.
—Vengo de los Komarov del Norte, soy un heredero con buen dinero y por eso vengo a probar suerte a una ciudad tan hermosa como esta.
—¿Y por qué no lo había visto antes?
—Shh shh, muchas preguntas, ahora me toca a mi preguntar.
—Está bien, es lo justo—consentí—¿qué quieres saber?
Parecía pensativo, su mano en mi cintura me presionaba fuerte en los giros, sabía bailar muy bien. Y mi mente giraba junto con él, fantaseando cosas que no debería fantasear, ¡contrólate!
—Cuéntame de tu madre.—Mi madre. Fue una pregunta dura, lo cierto es que poco recordaba de mi madre.
—Tenía cuatro años cuando ella se fue—empecé dudando si debería abrir mi alma a este completo extraño .—Éramos muy unidos, los tres. Papá, mamá y yo. Siempre juntos, eso recuerdo. Ella siempre me leía cuentos por las noches antes de dormir y junto a mi padre, me arropaban y me daban las buenas noches. Pero una mañana, ella solo me dijo que me amaba y que no lo olvidara y se fue y nunca volvió. Casi no la recuerdo, me cuesta visualizar su rostro. Algunos me dicen que me parezco mucho, no lo sé. Papá quemó el único retrato que había de ella.
—Debió sentirse muy dolido—su tono de voz es dulce, me comprende. Tal vez él pasó por algo similar.
—Sí, lo sé, yo también. Nunca entendí por qué se fue.
—¿Nunca preguntaste?
—Mi padre—suspiré—ya no es ese que te describí recién, ahora es un hombre de mente cerrada que no habla conmigo.
—Creía que tenían una buena relación.—¿Buena relación? ¡Uff! ya quisiera.
—La tenemos en público, cuando se cierran las puertas, no nos hablamos casi nada.
—Lo siento.
—No lo sientas, al menos por ahora me está sirviendo el que no tome cartas en el asunto sobre mis temas amorosos.
—Ah, ya—dijo él.
De repente sentí que había contado demasiadas cosas, si no me controlo terminaré contándole de qué color son mis medias.
Sin embargo, no le conté un último detalle. Hacía poco más de una semana, había recibido una carta de mi madre:
Arlene,
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La chica de Rojo
Vampire«La herida quemaba y la piel se desgarraba. Sabía que tenía que luchar, defenderme. Al principio lo intenté, tironeé de la ropa del vampiro pero no conseguí nada. Luego me rendí. Comprendí que mi suerte ya estaba echada y nada podía hacer para cambi...