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Arlene

Los muebles nuevos comenzaron a llegar y Olivia, mi nueva criada, me mantenía informada de todo lo que pasaba. Ella era mis ojos y oídos en la casa.

Olivia era una chica pequeña y delgada, medio desgarbada. De pelo rubio platino entretejido en una trenza y una cara salpicada en pecas.

—La mansión está renovada, mademoiselle— me dice cepillándome el pelo— todos están como locos con los preparativos para la velada de hoy en la noche.

—¿Y Astrid, Lukyan?— había pasado una semana desde la última vez que los ví, que hablé con ellos.

—Le dan órdenes a Louis desde el sótano y él las ejecuta. Como le dije, la mansión está hecha un lío.

—¿Y Demian?— no había vuelto a saber de él tampoco, siquiera lo había cruzado en los pasillos. Había sido una semana solitaria.

—Está en su estudio, no ha salido de el. —Había pasado por allí varias veces pero mantenía la puerta cerrada, él no quería visitas. Yo no me atrevía a tocar y además, ¿para qué? Debía olvidar, seguir adelante. Morderme las ganas de golpear la puerta y saltar a su encuentro. No era fácil hacer lo que se tenía que hacer. No era simple ser yo.

—Gracias Olivia, ya sigo yo con esto— la chica hizo una reverencia y salió del cuarto. Guarde unos vestidos que habían quedado en la cama y me miré al espejo. La versión de mi misma que quería ver no era ni por asomo la que veía. Buscaba ver a una chica con la frente en alto, segura de si misma, atenta al mundo y a lo que la rodea. Sabiendo como actuar en cada situación y no desvaneciendose ante la duda o la pena. Lo que veo es una sombra de eso, apenas un atisbo de lo que podría llegar a ser si me pongo firme. Sé lo que debo hacer, pero es muy difícil. Empiezo a sentir cosas por Demian, aún no sé qué signifiquen. Pero sé que sea lo que sea, debo dejarlo ir. Él no está en mi camino, no puede, no hay espacio para algo como él en mi futuro. Es mejor cortarlo ahora, tajarlo de raíz a esperar que se esparza cual veneno.

Salí del cuarto y caminé por el corredor. Para mi sorpresa la puerta del estudio estaba abierta. Me asomé con cuidado pero no había nadie adentro. No entres escuché a mi voz decir, pero no pude evitarlo, quería saber que había mantenido tan entretenido a Demian toda la semana.

Tenía el escritorio lleno de libros, carpetas, hojas sueltas con anotaciones y un diario. Lo tome en la manos.

—No te atrevas— del susto lo tiré al suelo. Junto a la puerta estaba él de pie, aparentemente recién bañado, con una toalla en la mano y el pelo húmedo.

—Lo siento, vi la puerta abierta...— No tenía excusas.

—Y te pareció divertido fisgonear ¡ja! ¿No tienes otra cosa que hacer? No sé, ¿algo que hagan las señoritas de tu clase?

—Lo siento, ya te dije. No necesitas comportarte como un cretino conmigo. —Lo sentí como una ofensa.

—El trato es recíproco, ahora vete a hacer tus cosas importantes— se hizo a un lado haciendo lugar para que saliera. El espacio se hizo pequeño y el roce de su cuerpo con el mío me produjo un escalofrío en la espalda y todo mi cuerpo se tensó. No sé si solo yo lo sentí o él también, solo sé que una vez fuera, cerró la puerta.

No debe importarme, no. Tengo que mirar adelante y seguir mi camino. Esta noche es la gran velada. Vienen los tres grandes sospechosos a la mansión. No puedo darme el lujo de estar distraída.

—¿Qué pasa? ¿Problemas de índole romántico?—dice Astrid cuando me ve entrar al comedor.

—¿Perdón? Yo no tengo ningún tipo de problema.

La chica de RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora