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Arlene

Al llegar a mi habitación me encerré en el cuarto de baño. En aquel momento no podía pensar siquiera en ese lugar como mi lugar, no me pertenecía. Era como una extraña en suelo extranjero.

Los dueños de la casa sobrepasaban con creces mis niveles de entendimiento, por momentos creía que comprendía y me sentía segura, pero luego me daba cuenta de que no sabía nada y que era como una niña de pecho en una reunión de adultos.

Me senté en un rincón del suelo, con la mirada fija en la nada. Tenía mucho que asimilar.

Mentiría si dijera que no se me escaparon algunas lágrimas, me sentía triste como un animal en cautiverio. Recordé con tristeza al pequeño zorro que cazó mi padre cuando yo tenía doce años. Lo tuvo enjaulado por tres días, sin agua ni comida. El zorrito buscaba por todos los medios huir, yo intenté liberarlo y recibí una gran reprimenda. Desde el inicio estuvo condenado, desde el momento en que le pusieron una mano encima, su alma estuvo perdida. Días después lo mataron.

¿Sería ese mi destino también? al final del camino, ¿morir de todas maneras?. Me salvé una vez, no creo tener tanta suerte en la segunda. Además estaba fraternizando con el enemigo ¿por qué? ¿por qué no huir con mi padre?.

Todo era tan confuso en mi mente, tan difícil de comprender ¿quién era el bueno y quién el malo? que dudaba de mi misma, de mi poder de pensar.

Estaba viviendo con vampiros, ¡vampiros! Si me lo hubieran dicho unos días antes, no lo habría creído. ¿Cómo es posible que existieran esos monstruos entre nosotros y no nos diéramos cuenta? ¿Acaso había algún tipo de culto o algo así?

No sabía qué pensar ni qué hacer, es decir,...ya había establecido lo que haríamos pero yo realmente solo quería cerrar los ojos y que todo fuera un mal sueño y despertar en mi cama, en mi casa.

Golpearon la puerta.

—Mademoiselle, ¿está ahí?—era Bettly.

—Si—contesté y sequé mis ojos con la manga del vestido al tiempo que abrió la puerta.

—¿Está bien mademoiselle?—se sentó preocupada a mi lado—no se ve bien.

—Estoy bien, gracias.

—Bueno, pero sepa que puede contarme lo que quiera, yo soy muy buena escuchando y guardando secretos—me sacó una sonrisa.

—Gracias Bettly, es solo que me encuentro muy confundida—dije sin dejar de mirar el suelo.

—¿Por monsieur Demian?

—¿Cómo?—no comprendí su conclusión.

—¿La ha vuelto a molestar?—mostraba interés.

—No, él no me molestó—sonreí ante la ocurrencia, no todo giraba alrededor de él y entonces se me ocurrió que tal vez Bettly estaba prendada de él.—Dime Bettly, tu estás enamorada de Demian, ¿no es así?

Sus ojos se desorbitaron y su boca se abrió pero no salió nada de ella hasta unos minutos mas tarde.

—Mademoiselle, eso no sería correcto.

—Estamos en confianza, puedes decirme.—Ella entornó los párpados.

—Él no se fija en criadas, mademoiselle—su tono sonaba a derrota—solo en señoritas con clase, como usted.

—Bettly—la consolé—yo creo que él no se fija en los humanos, solo somos sacos de sangre para él. No hace diferencias de clase.

—No, él no es así—lo defendió—siempre ha sido muy amable conmigo y con todos aquí, no creo que nos vea como usted dice y además, yo veo cómo la vé a usted.

La chica de RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora