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Arlene

Tomé asiento en un silloncito y esperé a ver que sucedía. Astrid y Lukyan se impartían miradas asesinas entre ambos. Tal vez estaban tratando de descifrar lo que había ocurrido instantes antes, pero no lo podían saber, ¿o si?

No me había puesto a pensar si los vampiros tendrían algún otro poder además de ser, bueno eso, vampiros. ¿Podían leer la mente? ¿escuchaban tras las paredes? Ninguna de esas opciones me agradaba, rompía con mi privacidad, no quería a ningún chismoso bajo mis narices.

La mirada de Astrid se clavó en mi, ¿acaso estaba leyendo mi mente?. Se acercó despacio hacia mí y con una sonrisa tierna me habló.

—Cariño, ¿quieres que tomemos juntas el desayuno?—sentí sus afiladas uñas sobre mi vestido, tan afiladas como sus facciones felinas. No, no quería desayunar con ella. Primero porque era una mentira, ella no desayunaba y segundo porque eso significaba que correrían todas las cortinas y sumirían el comedor en completa oscuridad, solo para que ella pudiera estar allí.

—Claro—mentí y esperé que se lo tragara. Asintió sonriente y me tendió el brazo. Me puse de pie y crucé mi mano por su codo, caminamos despacio.

—Espero que tu estadia en nuestra humilde casa esté siendo de tu agrado—Claro, si, me encanta convivir con tres monstruos y uno en particular, completamente desquiciado.

—Por supuesto, todo ha sido muy lindo...

—Yo creo que algo te preocupa—su mirada de hielo me penetró y no pude contenerla, miré al suelo.

—Claro que si, me preocupa mi situación, lo que va a pasar conmigo.— Eso era en realidad lo que se suponía que debía preocuparme, me lo replanteé en ese momento porque mi mente había empezado a divagar y ya estaba perdiendo su rumbo. La noche que había pasado con Demian había roto un pedazo de mi alma y en cierta manera solo podía pensar en ello. Ya casi no recordaba que mi vida estaba en riesgo y que estaba allí por mi seguridad.

—Pobre niña—dijo en tono triste—no tienes de qué preocuparte, te lo aseguro. No dejaremos que nada te pase.

Sonaba real, sonaba genuino. ¿Sería verdad?

Cerré los ojos por unos instantes mientras caminábamos, esperé que no lo notara. Necesitaba un poco de luz interior, luz que afuera no podía encontrar. Esta casa me estaba asfixiando. Tenía que salir pero no tenía a dónde y tampoco consideraba que debía ser salvada. Ya estaba condenada. Mi vida había sido consumida por la oscuridad la noche que dejé que muriera aquella niña. Ahora ya nada importaba de lo que pasara conmigo. Pero tendría que obedecer porque ellos querían vivir y estaba en juego su pellejo también.

—¿Es todo lo que te preocupa?—insistió entrando al comedor. Ya las cortinas estaban corridas y los candelabros encendidos. Me señaló mi silla y yo me senté sin protestar. No había tratado con ella, no sabía qué esperar.

—Solo eso—mentí de nuevo y esperé que la distancia que había impuesto entre ambas la mesa, hiciera más creíble mi mentira.

Los sirvientes trajeron el desayuno. Una jarra con jugo de naranja y varios panecillos con mantequilla para mi y para ella...una jarra de un líquido rojo,...¿sangre? ¿de dónde la había sacado? ¿tenía un muerto en la despensa?

—Tranquila—dijo al ver mi cara de consternación—no es de alguien a quien fuera a extrañar nadie.— Estoy un poco harta con esa excusa, todos tenemos alguien cercano o lejano, no importa. Pero no estamos solos en el mundo. No somos un barril de sangre para enfermos psicópatas como ellos que solo piensan en bebernos.

La chica de RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora